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Maite Fernández

Mirando, para no preguntar

Maite Fernández

Movilidad urbana, movilidad ciudadana

Mi coche está aparcado en casa 200 días al año. No necesito poseer un coche». Es una frase que mi sobrino, que vive en Oslo me dijo el otro día y que me hizo pensar. ¡Las cosas están cambiando a mejor! Los millenial como Nacho, mi sobrino, tienen mucho que enseñarnos. Ellos no son sólo la generación del postureo, ni siquiera la mejor preparada de la historia. Viven de otra manera, ven la vida de otra forma. Las nuevas generaciones se están acostumbrando cada vez más a pagar por usar y disfrutar en lugar de comprar y atesorar.

Nacho no se va a comprar un coche nuevo. Ahora opta por la «suscripción». Algo similar a lo que haces con Netflix. Pagas una cuota y empleas el vehículo que necesitas en cada circunstancia: uno pequeño para la ciudad, un todo terreno para salir al campo, una furgoneta para hacer la compra semanal… Ahorras en seguros, en impuesto de circulación, en garaje y en reparaciones. Juan, otro de mis sobrinos, vive en París y tampoco tiene ni quiere tener coche. Por la ciudad se mueve en bici (de suscripción) y metro. Para viajar emplea BlaBlaCar como hacía en España. Para Juan y para Nacho, la movilidad está más asociada a los kilómetros que al automóvil.

Creo que fue Elon Musk quien dijo que en 10 años tener un coche será tan exótico como tener un caballo. No sé si en 10, pero así será. La revolución tecnológica en los transportes es imparable, porque es imparable la necesidad de luchar contra el cambio climático. Hay que cambiar no sólo rutinas, o los hábitos de desplazamiento de los ciudadanos. Hay que modificar infraestructuras. El debate está servido porque las ciudades deben diseñar y establecer qué tipo de movilidad quieren. Todas las iniciativas que se adopten en este sentido deben situar al ciudadano en el centro. Los gobiernos deben liderar la estrategia contando con las empresas como socios y la tecnología como elemento facilitador.

Cuando el Gobierno dice que para 2040 ya no habrá diésel la gente se tira de los pelos, pero es que en 2040 a nadie le interesará tener diésel. Los vehículos serán eléctricos (por no aventurarme a decir que ya serán autónomos) y muchos serán compartidos. Pero ¿dónde están las infraestructuras que «alimentarán» esas baterías? Fotolineras, electrolineras, ferrolineras… Puntos de recarga para esos nuevos coches «verdes». Ojo, porque la infraestructura eléctrica de las ciudades no está preparada todavía para hacer una conversión de vehículos de gasolina a eléctricos (incluidos por supuesto los autobuses públicos). Y eso, sospecho, no se hace de la noche a la mañana.

Hay que tener una estrategia diseñada. De lo contrario, los cambios pueden arrollarnos (como nos arrolló la llegada de los patinetes eléctricos sin que hubiera una ordenanza que los contemplara). No hay que tener miedo a regular porque una mala gestión de los cambios que se avecinan o que ya están en marcha, puede desestabilizar una ciudad. Es bueno y necesario que cada vez haya más carriles bici porque eso facilita que la gente se mueva en bici. Pero ¿no deberíamos plantearnos que sería bueno asegurar el «metro y medio» de distancia con el ciclista? ¿Cómo convivirán con las motos eléctricas? ¿Se impondrán los patinetes y conseguirán implantar su presencia -los de alquiler- en toda la ciudad como ocurre en Lisboa o Madrid?

Dice Ignacio Alcalde, arquitecto urbanista y experto en Smart cities, que el motor que impulsa a la sociedad es la innovación tecnológica y que su escenario es la ciudad. ¿Más zonas peatonales? Para vecinos y comerciantes es una buena opción apostar por la peatonalización del centro ¿Más lugares de recreo? El mundo es cada vez más urbano, pero la movilidad debe ser cada vez más ciudadana.

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