Decididamente los ciclos de los partidos políticos se acortan cada vez más: en cinco años pueden pasar de rozar los cielos a morder el polvo. Este fenómeno tiene que ver con el deterioro de una política de largo recorrido y solidez ideológica, y el auge de los llamados «populismos», que enraízan en todos los flancos y se nutren del descontento, ofreciendo promesas y programas adaptables según sople el viento.

En tan sólo cinco años hemos pasado de articular una poderosa respuesta política de izquierdas de carácter participativo a la luz del 15M -Podemos nace de su herencia-, a asistir a su hundimiento y, a la vez, al auge de VOX, un partido de extrema derecha.

¿Por qué se ha dado este giro tan rápidamente? En primer lugar porque, como decíamos, el auge de Podemos no se debe a sí mismo, sino a la capitalización del hartazgo popular del 15M. Eso sí: armado con un discurso de gran capacidad aglutinadora en esos momentos, y con una estructura de carácter participativo -los llamados Círculos- que pretendían, aparentemente, un nuevo modelo de política realmente horizontal.

Pero los tiempos fundacionales duraron realmente poco: pronto se pudo ver que lo de la participación y horizontalidad no iba muy en serio, y que Pablo Iglesias ejercía un férreo control sobre sus mandos intermedios, con un poder personalista que se situaba en las antípodas de las bases colectivistas de Podemos. La continuación fue convertirse en un partido más, con un líder que ensalza y expulsa a su gusto. En la Comunitat Valenciana se ha dado una prolongación del proceso de Madrid: Antonio Montiel, que tuvo un gran papel en el Pacto del Botànic, fue defenestrado posteriormente al ser partidario a Errejón y criticar al líder intocable. Tras esto no ha habido -ni parece que vaya a haber- figuras de peso que consigan enderezar el hundimiento, una muestra sería el no lograr ningún concejal en el Ayuntamiento de València.

La fuga o cese de sus principales fundadores e ideólogos terminó de decantar un perfil totalitario: conmigo o contra mí, ya se sabe. Sólo faltaba lo del chalé de 600.000 euros -para quien se jactaba de su origen humilde en Vallecas- , así como la elevación de su compañera a número dos del partido -nada nuevo bajo el sol-, para ir trazando el declive de un partido que perdió muy pronto sus raíces y su aroma de «nueva política».

Más que la necesidad de una refundación, como se empieza a oír, yo directamente animaría a que surjan nuevos proyectos del descontento colectivo. Hay muchos líderes en movimientos sociales con una gran credibilidad que podrían, como Ada Colau, dar el paso a la política por afán de servicio colectivo, no de protagonismo personal.