En los anteriores comicios municipales del año 2015, las Alcaldías de las principales ciudades españolas -excepto Sevilla- fueron ocupadas por un heterogéneo conjunto de alcaldes, que tenían en común no pertenecer al PSOE ni al PP. Todos ellos eran de tendencia izquierdista , en muchos de casos combinando esa tendencia, con una mayor o menor afinidad con el nacionalismo periférico. Podemos vio en ellos la antesala de futuros éxitos, y los denominó con el genérico nombre de «alcaldes del cambio». El 26-M casi todos han fracasado. Sólo Kichi, el pintoresco alcalde de Cádiz, ha revalidado ese esperanzador momento para muchos votantes. Es de señalar la particularmente emotiva despedida de Ferreiro, alcalde de la Coruña, que con lágrimas en los ojos ha anunciado su retirada de la política. Éste fue elegido por la candidatura Marea Atlántica, una variante galaica de esas candidaturas del cambio, Debería haber recordado que las mareas tienen su flujo y su reflujo. Gestionar el complejo engranaje administrativo de un Ayuntamiento, entre otras razones para que se cumplan los principios de legalidad, que definen los artículos 103 y 106 de nuestra Constitución, es una tarea mucho más compleja que la mera protesta callejera.

Queda como superviviente el alcalde de nuestra ciudad, Ribó. Aunque éste es un eslabón perdido entre la vieja y la nueva política, pues ya en 1992 era Secretario General de Izquierda Unida en València. Estos rasgos multifacéticos dificultan la labor taxonómica de los politólogos. Con la sabiduría que le ha otorgado decenas de años de vinculación a la política, ha sabido nadar entre las aguas del populismo, y las de la sensatez, y tal vez por ese motivo ser el único alcalde importante en España que no será, casi seguro, ni socialista, ni popular ni nacionalista.

Al igual que es difícil dictaminar si el Valencia ganó la Copa del Rey porque jugó muy bien, o el Barcelona muy por debajo de sus posibilidades, en política ocurre algo parecido. ¿El éxito de Ribó se debe a sus aciertos, o a los errores de sus rivales de oposición, y de sus socios de coalición?

El PP se configuró como el primer partido de la oposición en el 2015 con 10 concejales. Pero pronto 9 de los 10 fueron imputados por blanqueo de capitales, y a consecuencia de ello suspendidos de militancia, El décimo, Eusebio Monzó, no quiso dar la nota hasta el final, y este año fue imputado por turbios patrocinios del aeropuerto peatonal de Castelló, cuando ocupaba el cargo de Secretario Autonómico de Hacienda. Es evidente que un grupo municipal en el que el 90% está investigado por la Justicia tiene escasa autoridad moral para criticar la labor del gobierno.

Podía haber sido la ocasión de Ciudadanos, que tenía 6 concejales, para liderar la oposición municipal, pero la mediocridad de su portavoz, Fernando Giner, que ha sido evidente en los debates electorales de la reciente campaña, ha hecho pasar sin pena ni gloria estos 4 años al partido de Rivera en el cap i casal.

Para conformar la alcaldía de Ribó se firmó el que fue llamado «pacto de la Nau» entre Compromís, PSPV y Podemos. Obviamente Ribó ha permanecido en su puesto los 4 años del mandato. No fue ese el caso de los otros dos firmantes del pacto. Joan Calabuig candidato del PSPV dimitió un año después de concejal, y al siguiente el de Podemos, Jordi Peris. De tal manera que Ribó ha tenido de «líderes» de sus socios en la coalición a personas que en principio no estaban destinadas a esa tarea. Al siempre sonriente Ribó le ha sido fácil dirigir la institución, y lo que tal vez sea más importante, capitalizar lo positivo de la gestión de la coalición.

Esto sin duda ha sido un factor nada desdeñable para que Compromís haya resistido en València el «tsunami socialista», que ha absorbido en otros lugares, buena parte de los votos de los partidos situados a su izquierda Creo que ante el mandato que se inicia ahora, la dirección del PSPV debería reflexionar seriamente, para que alcanzar la Alcaldía de València en la próxima década suponga una opción realista, y no esté hecha de la materia que se hacen los sueños. El PSPV obtuvo en la Comunitat Valenciana 7 puntos porcentuales más de votos en las municipales, que en las autonómicas de un mes antes. En València ha permanecido estancado en el 19% que había obtenido en las anteriores. Esto es un hecho, no una conjetura. Ante estas evidencias los socialistas valencianos deberían plantearse que en la nueva coalición podrían, siempre dentro de la lealtad que debe existir entre socios, marcar mucho más nítidamente ante la opinión pública las importantes diferencias que hay entre una óptica social-demócrata, y la de un conglomerado heterogéneo y ciclista. Una opción, la segunda, que creo que ha obtenido un meritorio éxito, gracias a su alcalde.