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Butaca de patio

Del tebeo al cómic

Sentado en sus rodillas vi a mi padre dibujar cientos, quizá miles, de monederos, bolsos y abanicos. Era yo entonces un niño en la València de los años sesenta cuando comenzaban a asomar por la ciudad algunos grupos de turistas en busca del tipismo español y de souvenirs de artesanía. Mi padre fue un dibujante y caricaturista autodidacta, que apenas pudo asistir a la escuela en los crueles tiempos de la posguerra. Pero, aparte de su talento natural, Ángel Villena fue heredero, como tantos otros artistas, de una larga tradición de ilustradores. Desde finales del siglo XIX la combinación en nuestra tierra de industrias ligadas al diseño (muebles, juguetes, cerámica€) con la creatividad de las fallas y otras fiestas derivó en un auge de la ilustración que ha llegado hasta la actualidad. De hecho, puede trazarse un arco temporal que abarca desde maestros del cartelismo como Josep Renau o Rafael Raga hasta jóvenes valores de hoy como Paco Roca o Ana Penyas. Pero entre estas dos generaciones se sitúan nada menos que dos escuelas valencianas. La primera de ellas surge en los años cincuenta-sesenta, con nombres como Manuel Gago, Karpa, Palop o Sanchis Grau y con publicaciones míticas de la época como El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o Pumby. Aquella explosión de dibujantes fue posible además por la existencia de algunas editoriales especializadas como Valenciana o Maga que se volcaron en los tebeos. Porque hasta que llegó la influencia anglosajona en los años ochenta estas publicaciones se llamaban tebeos. Más tarde la palabra cómic englobó al género entero con sus múltiples variantes de álbumes, novelas gráficas, fanzines€

A pesar de crisis económicas de todo tipo, de la invasión de pantallas que irrumpió con Internet y de los inmensos cambios en las costumbres culturales, el cómic valenciano ha resistido contra viento y marea. Dibujantes de la segunda escuela valenciana, nacida en los años ochenta, como Mique Beltrán, Micharmut, Ana Juan, Javier Mariscal, Miguel Calatayud o Sento Llobell conformaron una generación de oro que sigue activa y que, en ocasiones, ha alcanzado reconocimiento no sólo nacional, sino internacional. No resulta casual, pues, que la tradición siga y que entre los premios nacionales de cómic de los últimos años se encuentren dos valencianos como los citados Paco Roca y Ana Penyas. Todos ellos, además, se han formado en un ambiente cultural que ha propiciado que la historieta gráfica haya prosperado en València. Ahora bien, los dibujantes no solamente viven de premios o de palmaditas en la espalda, sino que necesitan de estabilidad laboral, oportunidades profesionales y plataformas y espacios para mostrar su trabajo. Y aquí deben jugar un papel esencial no únicamente las instituciones públicas (Generalitat, ayuntamientos€), sino también una iniciativa privada que apuntale librerías, editoriales o salas de exposiciones. No perdamos por falta de apoyo una manifestación artística tan ligada a nuestra forma de ser y de pensar, a nuestra manera de ver y de dibujar el mundo.

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