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A vuelapluma

Alfons Garcia

Las segundas legislaturas

Para mí que los del Botànic no han tenido en cuenta el paso del tiempo a la hora de sentarse a negociar su renovación. No han querido ser conscientes de la pérdida de la frescura. Ya no son lo nuevo y la repetición de clichés, pequeños dramas y modelos de hace cuatro años produce cansancio. Creo que es algo más que una sensación personal. Envuelven en bonitas palabras (gestión de la diversidad, arquitectura institucional...) lo que fundamentalmente es la distribución entre tres fuerzas de un nuevo Consell, solo que la digestión se hace más pesada que en 1995. De esta película sabemos ya el final, así que lo prudente en estos casos es aligerar las digresiones y los tiempos muertos . Los partidos del nuevo Botànic deberían haber buscado una fórmula de negociación diferente, que llevara a presentarse ante la sociedad con un acuerdo de gobierno sin tanta exhibición de la maquinaria pactista y de las diferencias entre los socios por una conselleria de menos o de más. A veces, el hueco entre la transparencia y la pornografía no es tan amplio.

Los socios de la izquierda hablan de un Consell de catorce o quince conselleries como si no existiera memoria histórica, que también es tener presente el pasado cercano. Como si no conllevara una maquinaria más grande del ejecutivo y un incremento de asesores y cargos designados a dedo, y no recordáramos los palos que la izquierda dio a los presidentes del PP por engordar los aparatos de gobierno. La coherencia es el principio imprescindible para la memoria histórica. Ha prevalecido facilitar el acuerdo. Eso y que los gobernantes han interpretado que no han podido hacer más porque hace cuatro años se dotaron de estructuras demasiado raquíticas. Comprobaremos pronto si la sociedad asimila el cambio de receta, pero temo que vencerá la idea de que un equipo amplio de confianza es una forma de colocación de amigos y de creación de grupos de poder. A veces, el hueco entre la libertad para formar equipos y el enchufismo no es tan amplio.

Al nuevo Botànic le espera en las Corts una derecha en pugna por demostrar cuál es la más guerrera y una extrema derecha populista. Todos van a estar más cómodos hablando de amiguismos, aunque lo sean solo en apariencia, que de desigualdad, ese problema que empieza ahora a preocupar a los poderosos, cuando ven sus privilegios amenazados por el ascenso de los populistas, y de transformación del modelo productivo. Por no decir del modelo social, el hermano ingrato de la política.

Las segundas legislaturas en la historia reciente valenciana han sido de amplias mayorías de los gobernantes. Lo fue para Joan Lerma en 1987 (el peor resultado de la historia del PP, que presentaba a Rita Barberá), lo fue para Eduardo Zaplana en 1999 (fagocitó de un mordisco a Unión Valenciana) y lo fue para Francisco Camps en 2007. En todas ellas, sin embargo, empezaron a emerger indicios claros de desgaste, aunque en las urnas no se notara. A Lerma le amargó el primer caso Blasco. Zaplana se fue al retiro dorado en el Gobierno en Madrid y a Camps le alcanzaron las primeras esquirlas de una bomba llamada Gürtel. A veces, la distancia entre la memoria histórica y el futuro es más estrecha de lo que parece. A veces, la luces cortas evitan repetir tropiezos.

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