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La fiereza es el mejor homenaje a Marie Colvin

La desgarradora interpretación que Rosamund Pike consagra a la poliédrica periodista Marie Colvin en La corresponsal solo se ve privada de una faceta, la soberbia calidad de sus cazalleras crónicas de guerra. Atrapaba al lector por las solapas y lo sacudía, le obligaba a responder al texto. Si transcurrían dos ediciones dominicales del Sunday Times sin la firma de la norteamericana afincada en Londres, ese periódico extraordinario de Rupert Murdoch parecía deficiente.

Prosa aparte, la fiereza es el mejor homenaje a Marie Colvin, y su intérprete en la semificción se entrega hasta el punto de eclipsar a sus grandes predecesoras en los títulos de periodismo bélico. Y posee antecedentes de la calidad de Joanna Cassidy contra Nick Nolte en Bajo el fuego, o de Sigourney Weaver acunando a Mel Gibson en El año que vivimos peligrosamente. Con la ventaja de la condición de actriz principal y única, es Rosamund Pike quien pierde un ojo en Yemen, quien se coloca un parche sobre la herida, quien se emborracha más allá del alcoholismo, quien elige amantes de usar y tirar, quien se muestra absolutamente desconsiderada con sus protectores en el periódico, y quien acaba muriendo bombardeada hace siete años en la Siria oprimida por Assad.

El título original de La guerra privada de Marie Colvin honra con más exactitud a una mujer temeraria, afectada en grado máximo por el síndrome bang bang. Ninguna de sus argumentaciones la exculpan de la adicción al combate, aunque fuera para destilarlo en piezas que solo admiten comparación con las firmadas por Robert Fisk. Una vez más, y en contra de los ejemplos empalagosos del periodismo de ONG, los informadores que denuncian a las malas personas no son buenas personas. Incluso es posible que esta virtud indeseable anulara sus vicios creativos.

Marie Colvin fue colocada en la diana y asesinada personalmente por los Assad, en un preámbulo de la guerra tecnológica que prescindirá de los engorrosos soldados. Un paso más allá del atentado homicida de un blindado americano en Bagdad, apuntando a Al Jazeera y matando a José Couso, el ejército sirio localizó en Homs digitalmente a la corresponsal para liquidarla. Damasco escarmentó a los audaces, porque la prensa desapareció del país y apenas disponemos de nociones sobre lo ocurrido en Siria.

Quedan pocos periodistas con el magnetismo salvaje de Marie Colvin, a quienes se lee por encima del interés del asunto que abordan. Su coraje fue infinito, bajo las bombas de la noche anterior a su muerte le bromea al fotógrafo que «no vuelvo a contratar las vacaciones por internet».

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