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Cuando ella es su mirada

Velada vespertina con la fotógrafa Cristina García Rodero ahí delante, en carne y hueso. La última exposición suya ante la que me planté fue en el Centro Cultural de la Villa hace justo dos junios. Al festival PHotoEspaña había acercado unas noventa imágenes de tamaño considerable en las que se recoge la llegada al enclave monástico de Lalibela de una romería de peregrinos que alcanza su meta purificadora con los pies agrietados tras un mes durmiendo al raso. Este febrero, los componentes de la Foto de Colón pisaron sobre ese espacio cultural y, desde arriba, quisieron acabar con el reflejo irradiado por la obra de la componente de Magnum y otras que muestran que, para el panel que estamos mamándonos, sus recetas son de lo más contraindicadas.

Esta mujer menuda, incansable, que mantiene el genio, se echó a la calle en cuanto nuestro destino salió del túnel y el cambio social quiso hacerlo efectivo a través de los españolitos viviendo sus tradiciones a calzón quitado, una vez que las censuras de todo tipo y las empanadas mentales empezaban a decrecer, con permiso del Supremo si me está escuchando. El caso es que, después del infatigable recorrido, Cristina García Rodero se doctoró a la hora de captar lo que los congéneres llevan dentro y, con el arma de su click, se abrió primero a América y a continuación al resto de destinos en busca del nexo perdido.

Los presentes en la sala Fernán Gómez se sentían parte de la profunda Etiopía, sumergida en una pobreza ambulante con denominación de origen en las guerras, las hambrunas y los Gobiernos que tienen sin placet para el disfrute a tantos millones de seres. Sus retratos, enfundados en humildes túnicas blancas ante perfiles rocosos, transportan al espectador a los primeros pasajes del Antiguo Testamento. Y pese a lo descrito, ella nunca saca a la marabunta. Fija el foco en el primer plano y, al acercarse, extrae lo esencial de cada expresión. Esa que le ha hecho convencerse de que todos somos iguales, con perdón.

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