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Julio Monreal

Puro teatro

Falsedad bien ensayada, estudiado simulacro, como dice la letra de la canción que Pedro Almodóvar y la Lupe insertaron en la banda sonora de nuestras vidas junto a las imágenes de aquellas mujeres al borde de un ataque de nervios. Con esas armas se negocian estos días los pormenores de los próximos gobiernos nacional, autonómicos, provinciales y locales tras las elecciones de las últimas semanas. Muy poco trasciende de los programas y las propuestas. Todo se va en cuántos habrá de cada partido y en quiénes serán los elegidos.

En el ámbito estatal, Pedro Sánchez intenta la pirueta más difícil de su carrera, que es gobernar sin los que todo el mundo daba por hecho que serían sus socios, incluso él mismo, tratando de aprovechar el retroceso de Podemos, el partido que no deja de caer pese a sus cinco años de vida como exponente de nueva política y en el que sus líderes se despedazan en público sin piedad con bromas macabras relativas a Heidi y su amiga Clara. No parece que Pablo Iglesias se vaya a contentar con un par de independientes de la cuerda de los morados empotrados en un gobierno «de inspiración socialista», como no se cansa de repetir el ministro José Luis Ábalos. Pero si lo logran habrá que reconocer otro milagro, y ya van varios, en el haber del actual presidente en funciones.

Enconadas están las cosas también en el ámbito autonómico valenciano. En contra de lo que se preveía, no ha sido Compromís, sino Podemos, el que ha puesto más tensión sobre las negociaciones del Botànic II, Montgó o como acabe llamándose la reedición del Govern que presidirá Ximo Puig. En su pretendida búsqueda permanente de la austeridad, el grupo liderado por el profesor Rubén Martínez Dalmau se niega a que el nuevo Ejecutivo valenciano tenga más de doce miembros (ahora tiene diez), y las cuentas no salen al gusto de Compromís, que no quiere bajar de cinco. Abundan estos días las fórmulas futbolísticas trasladadas a la política. Podemos quiere un Consell de 6-4-2 (seis para el PSPV-PSOE, cuatro para Compromís y dos para ellos), pero los de la formación que lidera Mónica Oltra se niegan a perder la posición que tienen actualmente, huyendo de la imagen de retroceso de su peso en las Corts, cierto pero no demasiado acusado. Para ello necesitan que el Consell presente un equipo 7-5-2, pero los morados y algunos podemólogos consideran esa distribución en el terreno de juego un gasto excesivo e inasumible.

Los socialistas, por su parte, no tienen preferencias en materia de dibujo sobre el césped. Sólo quieren tener más carteras que Compromís para hacer evidente el incremento de su ventaja tras las elecciones, y sumar al menos el mismo número de miembros que sus dos socios juntos, por si a Oltra se le ocurre en el futuro someter a votación asuntos de alto voltaje, como ya propuso cuando Puig decidió adelantar las elecciones autonómicas. El presidente en funciones no afronta problemas serios en la alineación de sus consellers. Las familias internas, sobre todo la «abalista» tienen puestas sus miradas en los gobiernos provinciales y locales. En la Diputación de Valencia, por ejemplo, el aparato provincial, con mayoría de los partidarios del ministro, ha decidido quiénes serán los diputados, asegurándose una holgada mayoría, en el ejercicio de sus competencias, que les permitirá decidir quién ostentará la presidencia de la institución. Pese a que los sanchistas recuperaron el poder en el PSOE apelando a las bases, la opinión de concejales, alcaldes y capitostes, las bases en suma, no ha sido tenida en cuenta para elegir los cargos en los partidos judiciales, según subrayan algunos damnificados de las minorías. Las formaciones políticas son eso, aparatos de poder, y unos están dentro y otros fuera. Y en esa relación de poder sorprende que el partido que más ha caído en las elecciones autonómicas, y también en las municipales, Unidas Podemos, sea el que exija un listón más alto de representación autonómica, una vicepresidencia segunda del Consell, avalada ahora por Compromís, cuando al mismo tiempo su líder carismático, Pablo Iglesias, sale en público a hacer autocrítica y califica de «desastrosos» los resultados del pasado 26 de mayo, debilitando con su confesión las posiciones negociadoras de todos los suyos en todas las mesas abiertas sobre el futuro de las instituciones.

Si hay una vicepresidencia para Unidas Podemos y otra para Mónica Oltra por Compromís habrá otra para el PSPV-PSOE (Manolo Mata), que no será la tercera sino la segunda. Porque como se puede observar todos los días en el seguimiento de las negociaciones botánicas, el qué importa, pero hay una base sobre la que trabajar, un proyecto esbozado durante los cuatro últimos años. Lo que ahora se pelea en el teatro botánico es el quién, hasta el punto de que los de la sonrisa naranja exigen al presidente Puig que anuncie los miembros del Consell antes de la investidura, no sea que les den gato por Marzà, como hace cuatro años. Confianza máxima, lo ideal para gobernar juntos, vamos.

En el Ayuntamiento de València, por su parte, la socialista Sandra Gómez ha ganado el primer envite, al lograr reunirse con Joan Ribó en el teatro Rialto, terreno neutral, cuando el alcalde quería recibirla en el salón de la chimenea, desde su posición institucional, y no desde la condición de socios leales en situación de organizar un gobierno con dos caras. Gómez pretende ser vicealcaldesa apelando a su avance de cinco a siete concejales, pero eso no impedirá una negociación a cara de perro y una legislatura municipal incluso más tensa que la pasada. Compromís ha visto refrendada su gestión al frente de la corporación con más de 106.000 votos y el paso de nueve a diez concejales. Y eso hará que sus principales políticas, incluso las más contestadas, sean relanzadas. Ese es el juego de la democracia.

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