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València rica, València pobre

Allá hacia finales de la década de los 70, mucho antes de la fiebre de las series televisivas, lo que entonces se llamaba un telefilm por capítulos propinó todo un éxito mundial: Hombre rico, hombre pobre, lanzó a la fama a un extraordinario actor como fue Nick Nolte, y ha dado pie para un remake de titular por parte de Joaquín Azagra, quien acaba de publicar en la editorial de la Diputación su último libro: Regiones ricas, regiones pobres.

Azagra, académico de largo currículum y profesor de historia económica pero también político de raigambre socialdemócrata, militante del PSPV y fugaz conseller con Joan Lerma, dedica su opúsculo a lo que subtitula como «la indefinición valenciana», esto es, la tesis de que frente al manido Levante feliz y la imagen extendida de región rica, la valenciana, según los datos comparativos de la macroeconomía, sería ahora una región más bien pobre, y que, en todo caso, viviríamos en ese estado límbico de la indefinición.

Echemos la vista atrás. «Pasando cierta vez por Valencia, me dijo Salmerón:

-Siempre que visito esta tierra, noto en la gente un bienestar, una satisfacción que no encuentro en otras regiones. No hay aquí riqueza ni fausto; pero tampoco miseria.

Esa observación del gran tribuno es exacta. En Valencia apenas hay ricos que merezcan este nombre: la aristocracia nobiliaria se arruinó y hace muchos años que reside en Madrid. No llegan a una docena los que poseen una fortuna de dos o tres millones€».

Quien así se expresa no es otro que Vicente Blasco Ibáñez, en su artículo «Alma valenciana» publicado en 1904 en la revista Alma española que dirigió Azorín, quien encargaría sucesivas voces regionales a escritores de la talla de Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Ramiro de Maeztu o Joan Maragall, abuelo este último del actual candidato a la alcaldía de Barcelona por ERC, Ernest Maragall. El artículo de Blasco no puede ser más lúcido y producir más zozobra a un valenciano actual a pesar del siglo transcurrido. Se puede encontrar completo en internet, y un servidor lo recomienda encarecidamente pese a algunos tópicos que afloran en su texto.

No es casualidad que Azagra, precisamente, eche mano de Blasco -y de Sorolla- para señalar ese periodo finisecular del XIX como el momento de mayor apogeo de la sociedad rural valenciana, cuando las huertas litorales se encontraban en manos de multitud «de pequeños propietarios o arrendatarios y con sus artesanías dispersas en los núcleos urbanos extendidos por gran parte» del territorio más levantino del país, un modelo regional singular y que «no tenía nada que ver con la industriosa Cataluña o con la que se articularía en el País Vasco, ni tampoco con Madrid». Fue entonces cuando se acuñaría la idea literaria del Levante feliz.

No obstante, Azagra reconoce el peso industrial en la economía valenciana así como la aparición de importantes empresarios y burgueses valencianos. Hace unos años, y gracias a una exposición impulsada por el Colegio de Ingenieros Industriales, de la mano de Miguel Muñoz Veiga, al objeto de recordar los 200 años de la primera máquina de vapor que se instaló en tierras valencianas -en el barrio de Patraix-, quedó claro que pese al imaginario general y el relato dominante -que se dice ahora-, la economía valenciana no fue tan agrarista y sí tuvo un importante impulso industrial, especialmente en el sector agroalimentario, aunque tampoco faltó industria pesada como fue el caso de Macosa, Altos Hornos o la Unión Naval de Levante.

Sea como fuere, lo que nuestro historiador pone encima de la mesa son importantes datos de PIB para que tengamos en cuenta la evolución del peso económico valenciano en el conjunto del país. Así, por ejemplo, en 1930 la Comunitat Valenciana era la cuarta región española en PIB per cápita, posiciones que se mantendrían durante el periodo de gran desarrollismo en los 60 pero que comenzarían a menguar a mediados de los 70. Una década después, durante los 80, en plena movida, la economía valenciana ya ha caído al octavo puesto -de 17 regiones-, hundiéndose en los 90 en la décima posición y alcanzando su punto más bajo en 2011, cuando se situó en el puesto 12. Casi como España en los últimos festivales de Eurovisión.

Aún más concluyentes resultan los análisis del artículo publicado en este mismo periódico hace escasos días por el mencionado Muñoz Veiga, en coautoría con Javier Manglano Sada, donde en sintonía con lo señalado por Azagra, se confirma que la Comunitat Valenciana, a fecha de finales de abril de este año, se encuentra la sexta por la cola, bajando un puesto en los últimos dos años, a más de 21 puntos de la media europea. Muñoz y Manglano hablan de un progresivo declive valenciano en los últimos 25 años, del fracaso del modelo de construcción y turismo que coincide con la desaparición de empresas industriales tractoras, aquellas que articulan a su alrededor una constelación de compañías proveedoras.

Todos coinciden en la pérdida valenciana de renta, en la caída de la productividad, en el bajo nivel cualificado de la mano de obra, en el pequeño tamaño de las empresas, en la falta de entidades financieras y€ en las erráticas políticas públicas. Y aunque la crítica a la administración pública valenciana se concentra en el periodo del Partido Popular, lo bien cierto es que los datos que manejan no exoneran a los gobiernos socialistas, ni tampoco al último ejecutivo, el de la llamada coalición progresista del Botánico, que en materia económica ni ha estado ni se le ha esperado, salvo la sorda reivindicación por una financiación justa per cápita.

Tal vez, y volvemos al alma valenciana descrita por Blasco: «Nadie es rico, pero muy pocos conocen la miseria. Todos sufren alguna vez las angustias que trae consigo la falta de capital, pero ignoran la esclavitud y el anulamiento que soporta el hombre en los monstruosos centros de producción creados por el industrialismo moderno». O sea, que la geografía nos es propicia -»la dulce y muelle somnolencia de lo bello en el inmenso jardín de la huerta»€ otra vez Blasco-, y se vive muy bien entre paellas a la sombra de un árbol -Mariscal-, con la playa a dos pasos, ahora en bicicleta, y la suficiente fiesta y artisteo local como para que el día a día sea felicidad. Es decir, que tal vez aquí se vive lo suficientemente bien€ con poco dinero.

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