En relación al paso de la borrasca Miguel y al cambiante tiempo que ha dado en distintos puntos de España, a veces casi contiguos, no puedo evitar pensar en las elucubraciones que algunos de los que nos dedicamos a estas cuestiones hacemos en torno a cómo cambiaría el clima de cada uno si la disposición de las montañas fuera otra. El paso de una borrasca tan potente, pero de tan poco diámetro, dio lugar a tiempos muy distintos no ya entre el sector cantábrico y el mediterráneo, sino dentro del propio cantábrico, en función de que a uno le tocara la parte delantera o trasera de esa borrasca. El giro ciclónico hacía que las zonas del cantábrico oriental, que estaban en la rama delantera y con vientos marcadamente de sur, tuvieran tiempo seco y temperaturas cálidas, mientras los del cantábrico occidental, afectados ya por la parte trasera y con vientos del norte, tenían lluvias intensas y frío. Pero, además, todo dentro del mismo día y con rápida evolución de las circunstancias con el paso de las horas, provocando un brusco descenso de las temperaturas en el sector antes cálido y lluvias intensas. Todo eso provoca, además, en alta mar, galernas, movidas por el brusco giro de la dirección del viento, del sur primero y luego de norte, especialmente preocupante para la flota pesquera, sobre todo en épocas pasadas. De igual forma, es habitual pensar en qué pasaría si la península ibérica fuera una inmensa planicie con los frentes atlánticos entrando hasta casi el litoral mediterráneo, sin ser desgastados, como sucede de hecho en una parte de Francia o Alemania, donde estos frentes no encuentran apenas obstáculos montañosos y llegan casi vivos hasta Europa del Este. O qué pasaría si nuestra península fuera tan estrecha como la itálica, permitiendo así una mayor facilidad para registrar vientos marítimos cargados de humedad de casi cualquier punto cardinal. Pero bueno, las cosas son como son y debemos aceptar que somos una península ancha, compacta y llena de montañas, muchas veces pegadas al litoral y paralelas a él.