Cuando Sánchez pide responsabilidad al PP y a Ciudadanos, sugiere que se abstengan para facilitar una investidura que no dependa de una espantada de ERC, como ya sucedió en el pasado. Es lo coherente, una vez que Sánchez parece que no considera a Iglesias socio preferente. Debemos suponer que esta invocación a la solidaridad no se hará a cambio de nada, como el arrojado Valls ha establecido con suma excepcionalidad. Con ello, el órdago a Podemos es completo. Su margen de maniobra se reduce a aceptar a Sánchez o trabajar para provocar nuevas Elecciones. Todo el mundo sabe cuál de las dos opciones es la peor. Así que habrá una dura negociación, pero con Rivera, y no sabemos cómo de larga será la lista de cuestiones a cuadrar. Lo bien seguro es que todo apunta a dejar en la oposición al PP de Casado.

Casado puede asumir que esa soledad lo coloca en el lugar predominante de la derecha y que así prefigura una recomposición del bipartidismo. En realidad, se trata de otra cosa, y me pregunto si Rivera no comprende hasta qué punto esa operación pondría al PP ante la gran decisión: lamerse las heridas con Vox en el rincón del ring, o prepararse para el futuro reordenando su estructura e ideario.

Sin embargo, el partido de Rivera no parece cohesionado y su figura más firme, Arrimadas, ha quedado fuera de juego. Toda su monserga fue denunciar al sanchismo como ejemplo de traición a España. Esa situación obedecía a los tiempos en que los barones del PSOE entendían que sus intereses eran contrarios a los de Sánchez; pero Arrimadas careció de reflejos para ver que eso ya era el pasado. Los líderes regionales ya veían a Sánchez como un capital político, y pactar con ellos contra Sánchez es una ilusión trasnochada. Arrimadas no ha logrado recomponer la situación y, sin posiciones nítidas, su genio queda reduce a un mal gesto.

En efecto, este partido de aluvión tiene más de un alma. Se ha visto cuando los que tienen que laborar en campo europeo exigen dejar a Vox en la marginalidad. Mientras, Aguado, con cierta vergüenza, se toma unos cafés con la Sra. Monasterio. Europa contra Madrid, podría decirse. Lo ha certificado uno de los parlamentarios españoles, el antiguo presidente de Coca-Cola España. Se ha dirigido a Valls y le ha comentado si a él le parece bien que Colau gobierne con sus votos prestados. Valls podría haberle respondido si le parecería mejor que gobernase Maragall. Y aquí está la cuestión central. A quienes tiene que defender el Sr. Marcos de Quinto les importa quién gobierne en Barcelona, Colau o Maragall, y seguro que prefieren a Colau antes que al líder de ERC. Sin embargo, tiene que salir al paso de la posición de Valls por lo que podría significar de ejemplo en Madrid; a saber, que Ciudadanos marginara a Vox y pudiera acabar pactando con el PSOE.

Y esa es la cuestión central. Rivera estaría de acuerdo en abstenerse en la investidura de Sánchez, pero no basta con obtener a cambio formar parte del gobierno de Zaragoza, o con ofrecerle la ciudad de Murcia. El único objeto comparable a una abstención en una investidura del Gobierno central es gobernar Madrid. Ahora bien, para entrar en esta operación se requiere una gran valentía y una transparencia considerable en las negociaciones. En realidad se requiere política de fondo y no cualquier cosa. Pues hoy por hoy la Comunidad de Madrid es política de Estado y no precisamente periférica. Para darnos cuenta de lo central que es la Comunidad para ciertas elites solo tenemos que recordar lo que fue el Tamayazo.

Desde entonces, la trama de intereses y procesos que se dan cita en Madrid constituye el foco más denso de presión del Estado. Hasta ahora, el secreto quedaba escondido en manos del PP. Esa trama no podría salir a la luz sin aumentar el desconcierto del núcleo central de los populares. Por eso, para el PP es vital mantener la plaza. La constelación de intereses económicos, culturales y políticos que se organiza así es orgánica y por ello el PP desea contar con Vox dentro de los efectivos propios e imponerle a C's una posición subsidiaria. Ante este peligro, Aguado quiere conocer de cerca las pretensiones de Vox, como si la Sra. Monasterio las fuera a confesar. Lo que haga finalmente Monasterio se decidirá a bastantes leguas de su mente. Y lo que resulte de ese acuerdo de C's y PP-Vox no será sino más de lo mismo: blanquear otros cuatro años más la confusa política del PP en las últimas décadas.

La opción limpia sería entrar en un gobierno con el PSOE y Más Madrid, con la finalidad de ofrecer a la ciudadanía un ejemplo de transparencia capaz de sacar a la luz los tremendos abusos del gobierno madrileño del PP. Por supuesto, eso implicaría pactar la abstención en la investidura de Sánchez. Pero el caso tiene cierta autonomía y complejidad, y justifica su excepcionalidad. El PSOE no puede entrar en esta negociación sacrificando a Gabilondo. Es la lista más votada y debe ser el Presidente. Su perfil no es precisamente radical y es un hombre de consenso, no se atisba ninguna dificultad seria de veto por parte de nadie. En caso de que se abra esta línea de acuerdo, Aguado solo podría ser Vicepresidente. En este sentido, el tripartito de la Comunitat Valenciana podría servir de modelo con bastante precisión. Tres vicepresidencias según las áreas más importantes para cada formación. Ecologismo e Igualdad, por ejemplo, podrían estar en manos de Más Madrid. Economía quizá en manos de Ciudadanos.

Sabemos lo que eso significaría. Se tendría que formar un gobierno mucho más destinado a limpiar cajones, a analizar presupuestos, a identificar recursos; en suma, a conocer la realidad, y a intervenir profundamente sólo en los problemas sociales urgentes. De él debería salir el libro blanco de la Comunidad, como un suelo objetivo para orientar a gobiernos futuros, firmado por los tres partidos de forma cooperativa, para que cada uno ofrezca sus diagnósticos propios con fundamento. Sería un gobierno más empeñado en programar el futuro que a producir grandes cambios.

Cada una de las partes tendría que renunciar a los máximos de su programa. Aguado tendría que no bajar impuestos y los demás no subirlos. Antes se deberán estudiar bien las cuentas, los gastos estériles, las dilapidaciones y enjuagues, y definir bien las necesidades de nuevos ingresos. No se puede pedir un esfuerzo fiscal a la ciudadanía antes de darle firme ejemplo de rigor y las correspondientes explicaciones sobre el gasto.

Por supuesto que implicará una moratoria en otros aspectos extraordinariamente complejos, como la cuestión de la educación concertada. Ni una más, pero tampoco ni una menos. Esa moratoria podría rebajar la tensión sobre este tema complejo y centrar los estudios en la calidad y en la equidad del sistema, aparcando la cuestión de la titularidad. De este modo, emergerían las evidencias para un nuevo estatuto de la concertada, y se vería hasta qué punto los centros públicos no pueden ofrecer una educación equitativa, reclamando atención prioritaria. En todo caso, en este y en otros temas, lo decisivo es que se forje un equipo de concordia discorde, o de discordia concorde, capaz de establecer un estado de cosas contrastado y objetivo, que ilumine a la ciudadanía, que funde las propuestas programáticas futuras y que permita definir la línea de cada uno de los partidos gobernantes sobre la base de esas evidencias compartidas.

Quizá lo que se juega en Madrid sea tan importante como lo que se juega en el Gobierno Central. Pero quizá por eso merezca la pena ser valiente, innovador y poner los primeros peldaños de una nueva política argumental y basada en evidencias. Si C's mantiene en el poder madrileño al PP sostenido con la pata de Vox, no hará sino mantener vivo a un cadáver.