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Butaca de patio

El fútbol también es de ellas

Hace apenas unas décadas las mujeres no frecuentaban los estadios de fútbol. Alguna sufrida esposa, si acaso, decidía acompañar al marido hasta el campo en aquellas monótonas tardes de domingo marcadas por la retransmisión de los partidos por la radio. El fútbol, pues, ha sido durante mucho tiempo un deporte muy masculino: jugado, comentado y visto por hombres sin apenas resquicio para que las mujeres pudiesen asomar ni siquiera la nariz. Deporte multitudinario y transversal donde los allá, seguido por auténticas masas en los cinco continentes, juego que apasiona a ricos y pobres, a intelectuales y analfabetos, el fútbol apela a la memoria de la infancia para muchos aficionados.

Baste contemplar a un grupo de niños en el patio de un colegio, en un parque o en un descampado, dando patadas a un balón, para admitir que esas caras de satisfacción infantiles serán añoradas en la edad adulta. Pero el fútbol, «la cosa más importante de las cosas que no tienen importancia», en palabras del escritor Eduardo Galeano, o «una religión en busca de un dios», según Manuel Vázquez Montalbán, nunca formó parte de las señas de identidad femeninas. Resulta curioso porque mientras aumentaba entre las mujeres la práctica del baloncesto, el balonmano o el voleybol, por citar tres deportes de equipo, el fútbol parecía condenado en nuestro país a ser patrimonio de una visión machista y patriarcal.

Ahora bien, la nueva revolución feminista que está viviendo la sociedad española y que ha sacado a la calle a millones de personas para reclamar igualdad también ha conquistado esa fortaleza sólo para hombres. Decenas de miles de espectadores, y espectadoras, asisten ya a algunos partidos de la Liga de fútbol femenino mientras los medios de comunicación prestan cada vez más atención al fenómeno y las jugadoras de élite van camino de convertirse en estrellas. Así pues, estas jóvenes deportistas están rompiendo una barrera más al igual que lo hicieron generaciones más veteranas de mujeres cuando irrumpieron en las comisarías de policía, los cuarteles de bomberos o las minas. Son un modelo a imitar para tantas y tantas niñas que hasta hace bien poco sufrían burlas e insultos de sus compañeros porque el fútbol era un deporte para chicos brutos y no para ellas. «Hay que aprovechar este momento», señalaba en una entrevista Mariona Caldentey, una de las internacionales españolas que disputa en estas semanas el Mundial femenino, «porque somos la envidia de mucha gente; también el espejo de mucha gente». Por todo ello, en medio de esta saludable invasión del fútbol por parte de las mujeres cabría esperar que su mirada, más solidaria y menos competitiva, más lúdica y menos económica, impregnara poco a poco un deporte rey cada vez más corrompido y alejado de esas memorias luminosas de la infancia. Quizá las mujeres recuperen la belleza de un juego que nace en definitiva de la alegría de dar patadas a un balón. Así de sencillo.

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