Cualquier incidencia en el desarrollo de las pruebas de acceso a la universidad genera un sobresalto informativo ¿Por qué los medios de comunicación se ven arrastrados a otorgar tal relevancia a estas pruebas? El juicio sobre cualquier aspecto de esta prueba no puede relegar al olvido el carácter decisivo que tiene para que cada estudiante pueda satisfacer sus deseos en un futuro: llegar a ejercer como médico, economista o maestro de educación infantil. Por otra parte, el alumnado tiene unas expectativas: esta prueba no se piensa para que sea selectiva y, por tanto, no hay lugar para exámenes que revistan especial dificultad y que provoquen un significativo descenso en el porcentaje de aprobados o en las notas medias resultantes.

Creo que es razonable, siendo tan claras las expectativas del alumnado, hacer una reflexión sobre lo que ha generado la indignación de muchos estudiantes: haber presentado un examen de matemáticas que es acorde con el programa, pero cuya dificultad excedía, según el decir de los examinados y de algunos profesores, la dificultad que solía tener esa prueba. ¿Qué decir? Estamos ante una prueba que depende en su concepción y desarrollo de la administración educativa y, por tanto, de la Conselleria de Educación. Esta Conselleria puede determinar uno u otro nivel de dificultad, un mayor o menor valor selectivo de la prueba y, por supuesto, es la que tiene la obligación de coordinar la actividad de alumnos, profesores y centros para que el aprendizaje sea verdaderamente significativo. Sabemos que la coordinación es clave para advertir de la dificultad de la prueba y de su valor selectivo, para aportar ejemplos y formatos de programas o de exámenes y para garantizar que se realice una adecuada corrección de las pruebas. En qué medida la coordinación ha atendido estos distintos objetivos a lo largo del curso es uno de los aspectos que la Consellería de Educación debería valorar. De ello nos podría dar cuenta y conformaríamos opinión.

Reiteraré una sospecha que hice pública en otro momento: con dos años de bachillerato, el 94% de los alumnos presentados aprueban las PAU. Muy lejos de esta cifra, no menos de nueve puntos, estaban los resultados de las pruebas que se acometían después de cursar 3 años de bachillerato y uno de COU. ¿Es posible pensar que la reducción de años en bachillerato mejora el rendimiento? No lo creo; la prueba ha trasformado sus objetivos y perdido su potencial selectivo. Así pues, pienso que estamos ante una farsa que es muy grata para mucha gente de muy diversa condición, convicción e intereses; sindicatos, asociaciones de padres, disfrutan con esta farsa tal y como prueba el silencio existente a lo largo del curso académico sobre las PAU. Nada se cuestiona a pesar de que no se solventa el principal problema: ¿cómo orientar la toma de decisiones para seleccionar unos estudios?

Los administradores educativos pueden sentirse satisfechos con este silencio, pero no pueden evitar sobresaltos. Alguien podría estarse haciendo esta cínica pregunta: ¿Por qué orientar si ya ha desaparecido el Curso de Orientación Universitaria? En el fondo se asume que el que no acierte en la elección, fracasará en la carrera y abandonará sus estudios. Vale; es lo que tenemos. ¿Hablamos en serio? La existencia de este colchón, generado por una prueba que no es selectiva y no genera especiales problemas en la opinión, no urge la organización de un sistema de formación profesional que se demora durante decenios.