La Cuadrienal de Escenografía de Praga ha premiado esta semana el programa Prospective Actions (Catalunya 2004-2018) presentado en su sección Países y regiones por el Institut del Teatre de la Diputación de Barcelona y el Institut Ramon Llull de la Generalitat de Cataluña.

La obra, creada por dos escenógrafas (Laura Clos y Xeca Salvà) y dos dramaturgos (Marc Villanueva y Pau Masaló) es una instalación que invita al público a tomar conciencia, con el formato de un juego interactivo, sobre algunos enfrentamientos, sucedidos en los últimos tres lustros, entre «diferentes estructuras de poder y la sociedad».

Prospective Actions incluye los sucesos del 1 de octubre de 2017 junto a otros hechos de conflicto y enfrentamiento como la ocupación de la catedral de Barcelona por parte de inmigrantes sin papeles o las marchas ciudadanas en protesta por la sentencia de «la Manada».

La utilización del 1-O como contenido de una instalación, por medio de la cual se enfatizan los enfrentamientos de aquel día entre la policía y ciudadanos que querían votar, en el contexto de un certamen de repercusión internacional ha suscitado la reacción de quienes la consideran una muestra de agresividad institucional que trata de manchar la imagen, la buena reputación, de la democracia española y la actuación del gobierno español con relación a la sociedad catalana.

La iniciativa del Institut del Teatre y del Institut Ramon Llull no es un hecho aislado y adquiere todo su significado como parte de un estado de cosas en el que la diplomacia pública de la Generalitat Catalana defiende la política soberanista -incluyendo los ataques a determinadas actuaciones del Estado español—ante las demás naciones con artículos de opinión en los principales diarios europeos y americanos, con el pronunciamiento favorable de políticos alemanes y franceses o belgas, y promoviendo aquellas acciones que le son posibles en todo tipo de foros. La diplomacia cultural forma parte de esa estrategia.

El hecho de que el ministerio de Cultura tuviera un pabellón en el mismo certamen y que las dos representaciones se hayan dado la espalda durante los días que ha durado el encuentro, le ha añadido unos cuantos absurdos creando situaciones propias de un guión de los hermanos Marx.

La agitación y defensa de las posiciones independentistas en el tablero internacional por medio del aparato de la diplomacia pública catalana ha sido, y sigue siendo, una de las líneas de acción de la Generalitat desde hace casi una década.

Gran parte del aparato institucional fue creado por el tripartito que lideró Pasqual Maragall (que la empleó en la defensa no del soberanismo sino de un catalanismo federalizante) se reforzó con los gobiernos de Artur Mas y Puigdemont, quedó desactivado con la aplicación del 155, y está de nuevo en marcha con mucho ímpetu para hacer viajar el relato del «procés» como un anhelo mayoritario de la sociedad catalana por votar la independencia.

Sin entrar en los insondables vericuetos de las redes digitales, y al igual que sucede con los pronunciamientos de políticos de éste o aquel país o con las informaciones y los relatos periodísticos, contrarrestar ese relato principal del «procés» es, en estos momentos, una tarea imposible.

Los esfuerzos del Ministerio de Exteriores, con el empeño personal del ministro Josep Borrell, la consideración del «asunto catalán» como una prioridad de España Global, la activación de una red de 200 diplomáticos alertas para dar respuesta a las iniciativas que vayan surgiendo desde el campo del soberanismo o la activación de un blog dedicado a sacar brillo a los muchos aspectos positivos de la imagen de España son iniciativas que están en el arsenal de herramientas con las que se hace frente a situaciones como la que estamos viviendo.

Pero al igual que sucede con las películas, las novelas, los reportajes y los videos de You Tube o Instagram, sea cual sea el conflicto y aún más las razones del conflicto, una gran porción de espectadores en el tablero de la cultura y de la comunicación global tiende a identificarse con el débil, con el rebelde, con el romántico o, sencillamente, con el perdedor.

Responder a una acción de diplomacia cultural como la que esas dos instituciones catalanas han llevado a Praga recurriendo a la denuncia o subrayando su falta de legitimidad puede resultar un esfuerzo vano.

Relativizar las cosas recordando que una grandeza de la democracia española es su capacidad para aceptar este tipo de «tergiversaciones» como ha hecho el ministro de Cultura en funciones, José Guirao, no resuelve el asunto de fondo pero ayuda a sobrellevar una situación de confrontación que va a prolongarse en el tiempo y frente a la cual, como diría Ortega y Gasset, si no es nada fácil volver a convivir por lo menos habrá que aprender a conllevarse.