En muy pocas ocasiones, como en este momento ocurre, se le brinda a un espacio tan importante como al Museo de Bellas Artes de València, la coyuntura de retomar definitivamente su historia para reincorporarse a una función social moderna, en la que la investigación y el conocimiento se hallen aliados y plenamente integrados al servicio de los ciudadanos. Porque, son ahora, muy diversas las oportunidades que se le ofrecen a un ámbito cultural que, además de atesorar una de las más destacadas pinacotecas de España, se halla ante el reto de asumir un nuevo proyecto museográfico que, con mucha probabilidad, todavía será susceptible de mejoras. Cabe recordar en este contexto, que para disfrutar de una experiencia estética, se hace oportuna la introducción de una cierta expectativa que nos disponga ante aquello que nos vamos a encontrar y, para facilitarlo, es conveniente el prestigio del espacio y, necesaria, una ordenación basada en una cierta coherencia que nos acerque al espíritu de lo que se va a mostrar, con independencia de que se trate de una secuencia cronológica, o responda a un criterio temático distinto, si bien, claramente establecido.

La posibilidad de estrenar un nuevo director, es también una ocasión sobreañadida, y para su elección se deberá incluir la adopción de un procedimiento independiente en el que solo se prime el conocimiento, la experiencia y el proyecto, de tal suerte que, aprovechando después su acreditada solvencia, el museo pueda retomar un significado que nunca debía haber perdido. Así, además de albergar tal colección irrepetible, se podrá transformar en un lugar significante a través del cuál podamos acercarnos, no solo al reto de gozar desde la percepción estética, sino también al de ampliar nuestro propio imaginario; habida cuenta de que un museo moderno debe extender sus objetivos, hasta llegar a convertirse en un verdadero referente. Una cuestión, a mi juicio, imprescindible, en un periodo globalizado y al mismo tiempo proclive al espectáculo, en el que, si no se procura una excelencia inteligente, se corre el riesgo de ofertar la propuesta cultural como una apresurada vivencia aligerada.

Cuidar cada detalle de un espacio tan notable, supone, en su conjunto, la ocasión, también, de mostrar la madurez crítica de una sociedad pujante en permanente evolución, con capacidad de presentar su patrimonio desde una perspectiva innovadora y al mismo tiempo, comprometida. Precisamente, porque el compromiso, ese término tan fácil de repetir, deberá ser asimilado como un adeudo tomado a los gestores responsables.

Nos hallamos ante un asunto que, en el ámbito de la cultura, posee una importancia capital, partiendo de una evidencia que debe reconducirse, habida cuenta de que se trata de nuestro principal museo y que, aún en este tiempo, no puede lucir su correlato científico, obligándose por ello a apremiadas actuaciones que, por encima de cualquier esfuerzo, no pueden estar a la altura de su conjunto armonizado, entretanto sus carencias estructurales tienen especialmente que ver con la falta de recursos apropiados para ampliar su colección, la escasez de conservadores, e incluso, con la de restauradores, para dotar al centro del adecuado soporte para la investigación, el acercamiento, y para la puesta al día de las ingentes creaciones que reúne, entretanto sus trabajadores se esfuerzan cada día por mejorar las cosas, esperando la llegada del definitivo reconocimiento hacia un conjunto patrimonial que, sin duda alguna, lo merece.

No estamos pues, ante una coyuntura capaz de poderse solventar con unas medidas tomadas apresuradamente, como un cambio de estructura de su propio patronato, entretanto queda por resolver, si se lleva, o no, adelante, una modificación de la Ley de Patrimonio que afecta precisamente al devenir de los museos; ni tampoco de salir corriendo con normas apresuradas para elegir a un nuevo director, cuando no se ha definido todavía con palmaria claridad, cuál va a ser la función de un ámbito patrimonial tan importante en el seno de la cultura valenciana entendida en su globalidad, para lo que, a mi juicio, el primer paso que se debería acometer es un estudio minucioso de aquellos aspectos estructurales que se deben mejorar, partiendo de una auditoría científica en la que se incluyan todos los que conciernen a un entidad de ese calibre; es decir: proyectada como toma de conciencia del punto de partida, para estudiar la vía a recorrer hasta el lugar de la excelencia al que se quiere llegar, y, consecuentemente, cuáles deben ser los medios que se consideran necesarios para cubrir ese camino, incluyendo el definitivo proyecto museográfico, los nuevos programas a emprender, los especialistas esenciales, el estudio y la ampliación de las colecciones, y todos los innumerables aspectos de funcionamiento propio y proyectivo, que favorezcan su prestigio, al mismo tiempo que su completa integración social.

Estamos ante un propósito que concierne, tanto al Ministerio de Cultura, como titular del mismo; como a la Generalitat Valenciana, en su globalidad, como gestora; y, asimismo, a la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, como entidad docente, divulgadora e investigadora, que no solo fue la Institución que presentó a los ciudadanos la primera exposición pública de arte en 1773, sino que, desde aquel mismo momento, configuró las raíces del museo, veló durante décadas por su existencia y sigue siendo, hoy en día, la entidad que más obras de arte aporta, cada año, para dotar sus colecciones.