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El problema es la política

Los más ingenuos, entre los que me encuentro, creíamos que la fragmentación del sistema bipartidista de partidos en nuestro país serviría para mejorar las condiciones de la democracia. Que gracias a la aparición de nuevos actores, a la floración de matices ideológicos, la calidad democrática se recuperaría. La llegada de jóvenes oradores o de ilusionadas mujeres, de políticos descamisados, sensibilidades verdes, liberales, regionalistas y hasta de confesos extremistas que se amansaban en el escenario de las instituciones parlamentarias presagiaba un salto adelante.

La realidad que estamos viviendo estos días desmiente tales impresiones. El juego de alianzas para la constitución de mayorías de gobierno está resultando decepcionante, tanto como mediocres los argumentarios esgrimidos por muchos portavoces. Los programas para el gobierno no pasan de meras figuras retóricas, falsamente rimbombantes en algunos casos para ocultar el verdadero interés de las negociaciones: el reparto de cargos y cuotas entre coaligados.

Y aún más grave. Los pocos que se han salido del guión y han antepuesto razones a estrategias, han sido descalificados por los aparatos al mando. Es el caso de Manuel Valls en Ciudadanos, al que se le afea que aporte sus votos para que gobierne un antagonista político como Ada Colau, haciendo pragmática la vieja sentencia churchilliana: la democracia no es el mejor de los sistemas posibles, es el menos malo.

Junto a Valls, la candidata madrileña del PP, Isabel Díaz Ayuso, también ha sido descalificada de modo extemporáneo por su secretario general, García Egea. O los socialistas de Sueca y Oliva, a los que se demoniza por pactar con los concejales a su derecha, en abierta contradicción con lo que se les pide a los navarros: que no lo hagan con los de su izquierda.

Así pues, entre esperpentos, incoherencias y persecuciones del disidente, o simplemente del contraste de pareceres, se están constituyendo los gobiernos de ayuntamientos y autonomías, a los que seguirán el ejecutivo de la nación y el corolario de las diputaciones, que aún perviven. De hecho, ya nadie se acuerda que hace apenas cuatro años eran varios los partidos que reivindicaban la desaparición de las estructuras provinciales, e incluso la fusión de municipalidades para dotar de eficiencia y ahorro en el gasto a la arquitectura administrativa española, en tantas estancias duplicada.

Solo Vox enarbola ahora la bandera de la remodelación de la estructura territorial del país, pero lo hace con un discurso ideologizado en extremo, trufado por un conjunto de propuestas radicales y dislates verborreicos. Mientras, la cuestión catalana sigue sin propuestas de descompresión por parte alguna, lo que condena a todos a una parálisis sociopolítica de largo recorrido.

Y no son mucho más halagüeñas las perspectivas valencianas. Por lo que se barrunta, la reedición del pacto del Botánico con la incorporación de Podemos a tareas de gobierno va a significar la práctica continuidad de las políticas precedentes como si todos los implicados estuvieran muy satisfechos por el trabajo realizado bajo el liderazgo del presidente Ximo Puig.

Este exceso de autoestima por parte del Consell de la Generalitat resulta más que cuestionable. Es incuestionable que el trabajo de Puig dotando a su figura de un tono moderador y honorable más allá de la propia condición de la presidencia de la Generalitat, ha resultado plausible. Gracias a lo cual, además, contuvo la efervescencia política de Mónica Oltra. Pero lo bien cierto es que, aparte de los gestos con voluntad de titulares de prensa -y bajo el paraguas de la invisible À Punt-, de la citada vicepresidenta, del mantra hallado por Vicent Soler en torno a la financiación y la convicción en su modelo educativo por parte de Vicent Marzà, el resto de la acción de gobierno del Consell ha sido inconsistente.

El Botánico ha contado con la tregua concedida a quienes, tras la catastrófica caída y decadencia de la era valenciana del Partido Popular, ocuparon con limpieza unas instituciones afectadas por una insoportable corrupción. Pero ese margen ya no existe en esta nueva legislatura. Es la hora de gobernar, y hacerlo estimulando la sociedad y la economía valencianas. En ese punto ya nada sabemos del cacareado nuevo modelo productivo, cuyo adalid no ha sido, ni parece que tenga capacidades para serlo, el conseller Rafael Climent.

Los focos, de momento, están iluminando a los nuevos consejeros de Podemos, en especial en torno a sus atribuciones sobre el cambio climático, pues no hay que olvidar que el anterior secretario autonómico de medio ambiente, Julià Álvaro, fue destituido por sus erráticas políticas pero ha recalado ahora en Podemos buscando confort para su ideario. El ecologista radical estuvo apunto de crear una crisis empresarial de órdago. No había leído el famoso manual de Daron Acemoglu (MIT) y James A. Robinson (Harvard) titulado Por qué fracasan los países, con un nítido subtítulo, Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Y no es el clima el factor decisivo sino la política, en opinión de estos dos reputados economistas.

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