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Los gobiernos se forman desde el convencimiento. Nunca desde el resquemor, y menos con la obligada conveniencia. El inicio de la segunda temporada botánica augura tensiones desde el principio, porque se ha armado un ejecutivo partidista alejado de la realidad, excepto la humilde contribución valenciana para desbloquear la Conferencia Mundial del Cambio Climático. Mientras todavía se discutía sobre la pomposa nomenclatura oficial de la vicepresidencia verde, las mayores playas metropolitanas de Europa se cerraban al baño por un vertido tóxico. Estaría bien centrarse en las competencias propias, aunque entiendo la ambición universal de algunos, pero parece que se equivocaron de elecciones. Nada se dice de la transformación del sistema productivo que se nos viene encima y que afectará a miles de personas, Almussafes mediante. Se cae otra vez en el caduco proteccionismo económico que es el catecismo del populismo de derechas, mientras la protección social sigue atada a la lenta burocracia administrativa, y por tanto se vuelve a desconfiar del tercer sector, básico para las emergencias diarias. Ese acuerdo reeditado desde el despecho, además, es el resultado de las elites para salvar los muebles, como demuestra la dificultad para formar gobiernos municipales. En muchas localidades se menosprecian, y los que ahora se rasgan las vestiduras fueron los primeros en aceptar alcaldías con votos de la derecha. La solución de compartir las varas de mando demuestra que solo se persigue el personalismo, que es la tendencia a subordinar el interés común. Cuando se acaben los fastos medievales de celebración, los reinos de taifas van a crecer en cada área del Consell. Los marcajes, recelos y el tú de quién eres, van a marcar los primeros cien días decisivos de cualquier acción de gobierno. La oposición tampoco dará tregua, en una alocada carrera para ver quien la dice más gorda. Un mal inicio puede terminar bien, pero el peronismo de Compromís, el monarquismo (¿emérito?) socialista y el esencialismo morado no engañan.

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