O estoy muy sensible, o la «jardinosofía» de Santiago Beruete me ha puesto muy razonable. Lo cierto es que cada vez que paso por el Parterre se me cierra la pupila, se me encoge la pupilila com a un xiquet en la piscina y me da un vuelvo el corazón contemplando los tormentos y retorcimientos del ficus, digo, de la figuera australiana. Esa voluntad de poder y vivir que empuja las raíces hacia la vida, entre un amasijo de bancos destrozados y barandillas torturadas, esa belleza estrangulada, esa majestuosidad humillada: liberad la figuera del Parterre, acelerad el cierre de la gasolinera del Parterre. Hace años que está pidiendo socorro ante la mirada bárbara de propios, extraños y demás transeúntes. ¡Uf, ya!

Lo que también me tiene hipersensible, o sea, irritable, es la oposición. Y no es normal, porque lo propio es que uno se cabree con el gobierno (porco governo o governo ladro). Pues no, será por la «verdolatría» de Beruete, pero te dan ganas de practicarles una verduterapia a base de hojas de col lombarda contra el hocico. Que unos estudiantes valencianos difunden en las redes la inesperada impertinencia inoportuna del examen de Mates II, pues ya está: sin meditarlo ni un segundo ya tienes a Ribera y Casado o a Casado con Ribera exigiendo una, grande y libre selectividad para toda España. Ni por un momento han pensado si es necesaria o posible, si resolvería algún problema o multiplicaría los no existentes. No: hay que practicar la oposición y el encontronazo, porque están compitiendo por el vivaspaña y por ser el segundo mejor, el líder (de lidiar) de la oposición.

¿Y la oposición de aquí, esa otra pareja que también compite por «lidiar» la oposición y ser el segundo mejor, digo de Bonig y Cantó, empeñado este último-por-ahora en ser el más rápido y malvado al oeste de Madrid City? El miércoles, tras el discurso de Ximo Puig, salieron ambos «avergonzados», aunque nadie les notó nada, y, ya el jueves, se pusieron hiperbólicos (si usted es normal, escriba exagerados), acelerados, impostados, sobreactuados y fuera de marca. Con todo, uno encantado o encantódo, porque a los columnistas (por si uno lo fuera) nos echan de comer. Yo es que me entero de que «Miguel Hernández hoy no podría escribir en castellano» y me pongo, ya lo dije, com un xiquet en la piscina, o como un vivaspaña llorando cebollas por el «genocidio cultural del español» y, ¡ya te vale!, «perseguido por ser hombre». Para más inri con la honra: te sale un hijo hetero ¿y qué coño haces, eh?