No, no es superficial dejarse llevar por las apariencias cuando se emplea tanto esfuerzo consciente o tanto deseo oculto en mantenerlas.
No, no es superficial decir que en las mesas de negociación a las que se sientan Vox y PP es imposible saber de quién es uno y de quién otro, quien va por parte del novio y quién por parte de la novia. Con todo el respeto, parecen los mismos perros de la misma camada política con los mismos collares y, quizá, con las mismas pulseritas jipis que hizo pijas Aznar.
Esto de que sean indistinguibles a simple vista sólo simplifica las cosas a los que quieren la brocha gorda y el grosso modo -lo que ellos mismos han impuesto en el debate político- pero para los demás las complica por sofisticación, porque sofisticar es falsificar o corromper algo. No es raro que corrupción y PP convivan en una misma frase y en un mismo despacho, pero ¿cuál de los dos partidos, PP o Vox, es la falsificación? y, lo que es peor, ¿Cuál es el auténtico? Eso importa para el voto de tercera vuelta, dentro de 4 años o cuando sea.
Diferenciar por la pinta es importante. Lo saben en Izquierda Unida, que se han quedado sin pinta desde que son Unidas Podemos (o Unidos Podemas) y no tienen más representación visual que Alberto Garzón. El coordinador general de IU es lo más parecido que tenía la coalición -por edad- al biotipo de Podemos, pero visto desde los morados parece una falsificación. Cuando sale Garzón, en calidad de unida, a decir “yo también” o “yo tampoco”, nada evoca al PC ni a IU. Se le identifica porque no queda nadie más -sobre todo desde que se fue Gaspar Llamazares-, pero a duras penas y cada vez menos. Sus resultados electorales en locales y autonómicas tienen mucho que ver con eso.
