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No son mil muertas

Siempre me ha resultado incomprensible el prestigio que tienen los números redondos. No sé por qué nos llama más la atención el 1.000 que el 999, pero por esa razón y no por otra levantamos ahora la mirada tras haber llegado al millar de mujeres asesinadas, aunque esto es solo desde que en 2003 se comenzó a computar el dato. Mil muertas en dieciséis años. ETA, con todo su horror, necesitó 42 años para matar a 854 personas.

España es, parafraseando a Dámaso Alonso en el conocido poema Insomnio, que abría el libro Hijos de la ira, un país de un millar de cadáveres (según las últimas estadísticas). Mueren las mujeres en España a diario, y por esa sinrazón todos los días, todos los números, deberían ser gritados, aullados, dolidos, y los minutos de silencio tendrían que durar siglos ante esta barbarie, hasta que pare esta barbarie.

Y sin embargo hay quien habla aún de "casos aislados", quien chascando la lengua resta importancia, quien iguala el verdadero caso aislado de una denuncia falsa con el consuetudinario derramamiento de sangre, que es como comparar un corte de pelo con una operación a corazón abierto.

Pero a mí me duelen todas esas mujeres, todas, ese innúmero desconocido, incontable, de mujeres muertas a manos del macho, y me duele cualquier retroceso en una lucha que solo debería avanzar.

Y me duelen porque soy hombre. Lo contrario de "hombre" no es "mujer", porque "mujer" es su igual y lo igual no puede ser al mismo tiempo lo contrario. Lo contrario de "hombre", su antítesis, es "macho". La voz "hombre" nos encamina hacia lo humano, la voz "macho" nos lleva a la parte peor, a la más innoble, a la animalidad, a la violencia, a la rabia ciega y asesina.

No son mil, sino miles las mujeres asesinadas hasta ahora, hasta esta mañana en que me he sentado a escribir una columna que quizás llegue tarde y mal contada, superada ya por otro crimen. Miles de mujeres todas ellas distintas, todas únicas, pero cuyo asesino es siempre el mismo, el macho atávico, brutal, irracional, que ataca con toda la furia de su bestialidad.

"Macho" no es sinónimo de "hombre", sino la degradación del hombre. "Macho" es una degeneración, una depravación, una perversión. El hombre que desciende a "macho" no es más que un espécimen, quizás material solamente para la jaula del zoológico, pero no para la convivencia en sociedad, para moverse entre humanos evolucionados. A ese "macho" antónimo de "hombre", capaz de la vileza de humillar, golpear, matar a una mujer, le toca ya la extinción, por el bien de la Humanidad.

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