Impregnado entre la dulzura, llegó él, con cierto encanto fue cariñosa comprensión que se extiende a lo largo del día. La felicidad se logra con pocos motivos, el ser humano al fin y al cabo, es ojo íntimo que mira lo pequeño más que lo grande.

Mi amigo llegó en una época de impresionante austeridad afectiva. Creo que los años son el peso que entristece el ánimo, y trastornan la lectura de la realidad. De jóvenes somos la calleja en la que se esconde un beso y de mayores en cualquier beso vemos un callejón sin salida. Bien, pues con semejantes acontecimientos, mi amigo lo tenía difícil. El sentir no es discípulo de la voluntad; no escribe romances por encargo, es traducción incomprensible de las circunstancias y tiempo que influencia todos los matices. Los padres de mi amigo son pastores, su austero empaque es suposición de temperamento. El campo transforma lo natural en brío, y hace visible el valor que es apogeo del instinto. Pienso que la modestia de sus ancestros es la consecuencia de su temperamento: cuando come lo hace a lo grande y cuando ama también. La pureza de todos los seres vivos está en la transmisión: manantial por el que se desbordan todos los afectos. Debo confesar que mi amigo es infatigable, su excelso cariño le lleva a darme besos cada cinco minutos; junto a él descubrí el amor que no vive sometido por el egoísmo y la influencia, el mismo que se vive con la práctica interpretativa del instinto. Mi amigo es melenudo, tiene cuatro patas y es un perro. Los animales nos inician en el amor...