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A vuelapluma

Alfons Garcia

Esperando, como adolescentes

A Albert Rivera le echan en cara estos días actuar como un adolescente. Supongo que más por testarudo (se niega a cambiar de posición sobre la investidura de Pedro Sánchez y lo va a pagar) y mentirosillo (que el imperio francés te desmienta formalmente bien vale una salida de tono) que por aquellas razones que lo han llevado a la portada del Hola! Me cuesta tomarme la adolescencia como un insulto. Algunos de los libros y las películas que mejor recuerdo (El jardín de los Finzi Contini, The Man in the Moon o Matar un ruiseñor) tratan esa época en la que todo es posible y el miedo al vacío abunda. La mayoría (yo, al menos) llevamos algún pecado colgado de por vida desde entonces.

En realidad, llevamos ya un tiempo en política como adolescentes: esperando. Dice Maggie O'Farrell que eso es lo que hacen los adolescentes: esperar. A que algo termine, a que algo empiece. No lo digo como una desconsideración. Simplemente no sabemos si entramos o salimos y nuestro estado más habitual es el de la perplejidad. El bipartidismo se ha ido, pero lo nuevo, que no sé cómo etiquetar, es poco estable y nos produce toda la desazón del mundo. Cuesta formar gobiernos porque en el mundo del que veníamos el pacto con el de enfrente era un acto de bajeza, una muestra imperdonable de debilidad. Era como relacionarte con el diferente cuando eres un niño: mejor la tribu, los tuyos, la pandilla. En la adolescencia, en cambio, el descubrimiento del otro es lo más apasionante y excitante, aunque no sabes cómo hacerlo, y esa experiencia deja heridas que te acompañarán para siempre.

Y así estamos: esperando a ver si un gobierno se termina de ir y otro empieza a caminar. El de Sánchez, el de Ximo Puig y Mónica Oltra, y el de Joan Ribó y Sandra Gómez. Con cicatrices en el alma, como la del adelanto electoral. Pensando que lo mejor es olvidar para seguir adelante, pero no pudiéndolo borrar. Anhelando volver a la infancia, a gobernar en solitario, sin advertir que es una lucha condenada al fracaso antes o después, porque los paraísos son para el recuerdo, materia prima de la nostalgia.

Ahora que ha pasado el tiempo, creo que me gusta la adolescencia porque es un tiempo en el que las preguntas, que encierran siempre una duda, pesan más que las certezas. Como el ambiente político de ahora, preñado de interrogantes. Me tranquiliza que es cuestión de tiempo. Todo es cuestión de tiempo. Dentro de unos años, estas incógnitas serán sustituidas por otras. Pero ahora, ahí están. ¿Arraigará Vox en la sociedad como ha hecho la extrema derecha europea o se quedará en un satélite desgajado del PP, sin una base multiclasista?, ¿volveremos a la España una y uniforme o triunfará el Estado plurinacional?, ¿Compromís se subirá a la operación Errejón y le hará una OPA a Podemos?, ¿qué pasará con Puig, dirá diego donde dijo digo y se presentará a un tercer mandato?, ¿quién dará un paso al frente si finalmente decide apartarse?, ¿dónde estará Pablo Iglesias?, ¿Oltra dejará paso en Compromís y querrá ser alcaldesa de València, allí donde ha consolidado una implantación mayor? Y, sobre todo, me pregunto si llegaré a entender algún día a Ciudadanos. Quizá tengamos que madurar todos para comprender los designios de Rivera. La humanidad, ya se sabe, tiene una tendencia natural a circular en sentido contrario al nuestro.

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