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Matías Vallés

Carmena y Colau, adiós a la Moncloa

La vinculación de la carrera política de Ada Colau con los desahucios no requiere de mayor explicación. No sería inexacto afirmar que fue catapultada a raíz de señalar en el Congreso que «este señor es un cínico y un criminal», en referencia a un representante de la patronal bancaria. La vinculación de la exalcaldesa de Madrid con los desalojos forzosos arranca del comentario de un distinguido abogado madrileño de izquierdas, «nunca conseguimos que la jueza Carmena tramitara un desahucio». Cuando no podían imaginar que quedarían emparejadas al frente de las urbes más populosas del Estado, ambas mujeres ya compartían la preocupación por los vecinos desfavorecidos que sufrían la pena silenciosa del destierro por gentrificación.

Aquella etapa primitiva de Carmena y Colau cedió paso en 2015 a cuatro años compartidos en la cumbre del poder municipal. Gracias a los diabólicos designios de Podemos, el país descubrió a las políticas más apasionantes de la década. Y no solo por alcaldesas. Se puede enarbolar a Soraya Sáenz de Santamaría en la competición, pero una vicepresidencia del Gobierno no se ejerce en solitario por muy absoluta que sea. Un análisis estricto referiría que el experimento urbano resultó infructuoso, con ambas alcaldesas en cotas insuficientes tras el recuento electoral.

El trauma es más profundo. Carmena y Colau han consumido sus opciones de saltar de la cumbre municipal a la estatal, vulgo Moncloa. En efecto, jamás habían concretado esta ambición, pero avanzar una candidatura a la presidencia del Gobierno es tabú en España. Solo los niños estadounidenses pueden presumir de que acabarán en la Casa Blanca, aquí han de ocultar sus propósitos incluso después de acceder al cargo. De haber obtenido una victoria holgada en mayo, las dos alcaldesas hubieran adquirido una dimensión olímpica. En política comparada, Boris Johnson salta de la alcaldía de Londres a la cúpula de su país, y cuidado con la hispanoparisina Anne Hidalgo.

Antes de discriminar a Carmena por la edad, sus 75 años quedan juveniles frente a Bernie Sanders (78) o Joe Biden (77), por citar a dos cualificados adversarios de la reelección de Donald Trump (73). Sin embargo, los cálculos de una proyección triunfal de las acaldesas sin partido se ha ahogado en lágrimas. Literales en el caso de Ada Colau, que llora en una entrevista radiofónica mientra confiesa su deseo pasajero de abandonar, dentro de la política de compenetración que exige a sus conciudadanos. El anonadamiento de armena se traslada con exactitud a su «yo ya no soy nada», que implica un «con lo que yo he sido», pero también admite un desesperanzado «con lo que pensaba ser».

El batacazo de Carmena y Colau, atemperado en la segunda por el mantenimiento de la alcaldía a rastras, conlleva un retroceso de la causa femenina. Han sido sustituida y amenazada respectivamente por figuras masculinas. Los cinco candidatos a La Moncloa en las generales de abril eran varones por lo que, pensando en el futuro, el desfallecimiento de ambas lideresas mantiene una balanza desequilibrada. El fracaso en su progresión atiza un discurso reaccionario. Después de Hillary Clinton, prohombres Demócratas hablan sin sordina de presentar a hombres blancos.

Solo falta responder a la incógnita fundamental. ¿Todo político que sobresale mínimamente puede acabar de candidato a La Moncloa? Sí. Armen Sarkissian es el presidente de Armenia. Era un destacado físico teórico que llegó a trabajar junto a Stephen Hawking en Cambridge, antes de envenenarse de política. En una comparación con su ciencia de partida, señala que la democracia ha saltado desde la etapa newtoniana a la cuántica. Es decir, de la preeminencia de unas leyes fundamentales inapelables a la inspiración dominada por el azar.

La aceleración de la actualidad a través de las redes sociales permite consolidar una estrella en un plazo brevísimo. En la era de la política cuántica, un candidato alcanza de modo inesperado la energía suficiente para propulsarse hasta las presidencias. La ideología de Trump, Macron o Salvini es menos relevante que su ascenso meteórico, las alcaldesas que convivieron en Madrid y Barcelona reunían el bagaje ideal para repetir un tránsito fulgurante a la cúpula del Estado. Han aguantado el desplome de Podemos sobre sus hombros, aunque mantienen los matices. Colau persigue el protagonismo con voracidad de rockera en gira permanente, Carmena lo succiona desde la inmovilidad.

Ambas ya son el pasado, aunque Colau prolongue su andadura atormentada. Borradas del santoral, la ruleta apunta a nuevos candidatos. El desgaste evidente de Pablo Iglesias y Albert Rivera demuestra la fugacidad de las fascinaciones. Ahora mismo, Manuel Valls se desliza con la habilidad necesaria para imponer un exotismo cautivador, gracias precisamente a su magistral jugada de sacrificarse a Colau.

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