España logra reducir las emisiones de CO2 un 2,2% en el 2018», así suelen contarlo los titulares de prensa. Esta «buena noticia» sobre una leve reducción de nuestra huella destructiva sobre la atmósfera se atribuye principalmente al sector eléctrico. Se nos dice entonces que después de un buen año de lluvias el mix eléctrico ha tirado más de la energía hidráulica y de las renovables.

Pero esta bajada de emisiones es rotundamente falsa y además, es imposible. En el 2018 la economía española creció un 2,6% y el consumo creció un 2,4%. Si en este contexto de crecimiento de la economía material realmente hubieran bajado las emisiones de CO2 estaríamos ante un relativo desacoplamiento entre los ritmos de las emisiones de los gases climáticos y los del crecimiento económico. Pero es engañosa esta supuesta disociación entre los incrementos del Producto Interior Bruto (PIB) y las emisiones contaminantes. La razón de ello está en la trampa contable con la que operan los cómputos oficiales, que sistemáticamente eliminan una parte importante de las fuentes de emisiones tóxicas climáticas de la economía española: las generadas a lo largo del ciclo de vida de los materiales y productos de consumo, que abastecen nuestra economía expansiva y globalizada. Estos materiales vienen de cualquier parte del mundo, se extraen, se transforman, se trasladan, se importan, se consumen y se excretan como residuos a lo largo de todo el proceso económico.

Nuestras sociedades opulentas tienen una parte oculta muy grande e invisibilizada. Tenemos una «ecología-en-la-sombra» porque explotamos y degradamos recursos naturales alejados y fuera de nuestros territorios mediante una deslocalización de muchas actividades de nuestra economía «sucia» hacia el Sur Global.

El maquillado instituido en el diagnóstico de las emisiones de CO2 constituye un sesgo premeditado practicado por gobiernos, expertos e instituciones de todo tipo para reducir como sea las escandalosas cifras de emisiones tóxicas causantes del drama del sobrecalentamiento climático de la Tierra. Así se quiere aparentar que se dan «mágicas» reducciones de las grandiosas cifras de nuestra economía consumista en guerra contra la Tierra, la biodiversidad y el mismo futuro humano.

Los datos manipulados sobre las emisiones de CO2 de nuestras economías también excluyen la masiva economía turística y comercial, como son los vuelos internacionales y el transporte marítimo de mercancías, cuyas sustanciales y crecientes emisiones siguen invisibilizadas en tierra de nadie. No son computadas en las cifras oficiales las emisiones de CO2 de zonas eminentemente turísticas y comerciales, como es el caso de València.

Según los estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI) se estima que cada subida de un 1% en el PIB mundial está asociada a un aumento medio de un 0,4% en emisiones globales de CO2. Es decir, trasladándolo al caso de España habría que reconocer que las emisiones de España en el 2018, no solo no se redujeron sino que aumentaron en más del 1%. La Comunitat Valenciana, con una subida del PIB en el 2018 del 2,1% habría tenido un aumento de emisiones de CO2 del 0,8%. Esta desgraciada tendencia de aumento de los daños climáticos de nuestra economía es coherente con las previsiones del FMI para el 2019. Estas estiman un incremento del PIB mundial en un 3,3%, que también se acompañará de un crecimiento global de las emisiones tóxicas de un 1,4%. Muy mal va la «lucha contra el cambio climático».

Recientemente, un estudio de la ONU (https://rmr.fm/informes-especiales/informe-cientifico-de-panel-de-onu-alerta-sobre-devastacion-ambiental-historica/) ha confirmado que la mayoría de las actividades extractivas mineras, agrícolas y forestales se llevan a cabo en el Sur Global y representan el 50% de las emisiones globales de CO2, que a su vez son causantes de más del 80% de la pérdida de biodiversidad del planeta. Se trata por tanto de factores muy determinantes en el empeoramiento de las cifras claves sobre nuestra enfermedad climática, como son los niveles de emisiones a escala mundial y como es la concentración de CO2 en la atmósfera global. Precisamente son las estadísticas climáticas españolas y europeas, maquilladas y edulcoradas, las que esconden la realidad de los impactos acumulados procedentes de esta economía extractiva global.

Por ejemplo, consideremos el transporte por carretera. Las emisiones de los coches y camiones en España y en la Comunitat Valenciana subieron el 2,7% en el 2018, lo que constituye una muy mala noticia. Sin embargo, el crecimiento de las emisiones del parque de vehículos y de la industria automovilística sería aún mucho más dantesco si los indicadores y las cifras de contaminación atmosférica incluyeran también las masivas emisiones implicadas en el ciclo extractivo y de producción de piezas, como son las planchas de acero, aluminio y hierro, o de las baterías en sus componentes importados de Asia para los vehículos que luego se montan aquí o se importan. Hay que tener en cuenta que para estos procesos industriales casi toda la minería, la siderurgia y la fabricación que se hace en China, India y otros países, se alimenta de la quema del carbón y sus enormes consecuencias en males climáticos no son registradas en nuestros cómputos «nacionales» de CO2 español a pesar de importar masivamente estos productos y materiales. Se podría decir lo mismo de otros muchos productos importados, como los que provienen de los sectores de alimentación, textil, teléfonos móviles y ordenadores, cuyas emisiones reales de CO2 están simplemente desaparecidas del registro y la contabilidad de los países ricos. Mientras que muchos son los gobernantes que se congratulan de lo «limpios», «descarbonizados» y «verdes» que son sus países del Norte, las falsedades contables de este «nacionalismo metodológico» descuentan indebidamente la base material subcontratada de nuestro insaciable consumismo.

En suma, hay que decirlo fuerte y claro: España no está reduciendo sus emisiones climáticas sino que las está aumentando. Este engaño social orquestado busca alargar los plazos temporales del crecimiento material inacabable, al tiempo que quiere calmar a una ciudadanía cada vez más sensible y preocupada frente a la emergencia climática.

Las élites políticas y económicas siguen negándose a admitir realidades cada vez más palpables: que nuestras sociedades de consumo son la causa principal del colapso ecológico y climático. Un primer paso imprescindible que han de dar las autoridades políticas es decir la verdad sobre nuestra trágica situación climática.