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Teresa Domínguez

Con duende

Teresa Domínguez

A Serrano le faltan arrestos

Intentaré superar las náuseas que me produce el mero hecho de escribir su nombre, el del juez inhabilitado durante seis años por prevaricador y actual portavoz de Vox -se lo ha ganado a pulso el hombre, desde luego- en el gobierno de Andalucía. Hablo, obviamente, de Francisco Serrano, ese campeón del eructo tuitero del que descubro, con sorpresa, que es padre de dos hijas, así que de poco o nada serviría ponerle cara a cara con la mujer violada nueve veces por esos otros campeones, los de la manada sanferminera, dada la absoluta falta de empatía que ha demostrado y demuestra tener cada vez que nos marea con una de sus halitosis. Aún así, me gustaría ver si es capaz de embraguetarse y echarle los arrestos de los que tanto presume desde la barrera que son Twitter, Facebook y los micros de los medios, para decirle a la cara a esa mujer que cuando denunció la violación múltiple (sí, Serrano, fue agresión y no abuso; lo ha dicho el mismo Tribunal Supremo que le apartó de la carrera judicial por prevaricar) lo hizo porque «no estuvieron a la altura de lo esperado». Ante cabestradas de ese tipo, me pregunto si su esposa o sus hijas serían capaces, no ya de denunciar, sino de buscar su apoyo, su consuelo, en caso de verse -que jamás les ocurra- vejadas, humilladas o arrinconadas por alguna bestia como las que ahora ha condenado el alto tribunal a 15 años de prisión.

Quien hace gala habitualmente de tanto rencor hacia toda mujer que no ejerza de objeto al servicio de lo que ese sector cavernario entiende por masculinidad -mal que les pese, pasarán a la historia como lo hizo, seguramente sin merecerlo tanto, el hombre de Neandertal- posiblemente tiene un problema que debería recibir tratamiento. Por su bien y el de quienes compartimos sociedad con ellos.

Por fortuna, los magistrados del Supremo han dejado claro que no habitan en esas cuevas y han dado una lección de lógica jurídica que solo las voces más retrógradas -incluidas las de la Audiencia y parte de las del TSJ de Navarra- no fueron capaces de advertir, a saber, que la mera presencia en un lugar oscuro, angosto y desconocido, rodeada de cinco tiparracos cabeza y media más grandes que ella, que por saludo le arrancaron la ropa, es suficiente para considerar que aquella orgía mefistofélica fue una agresión (nueve, en realidad) y no un abuso. Era evidente, pero había que decirlo y sentenciarlo. Ya era hora.

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