Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Buena onda

El clima como categoría moral

Los científicos llevan años advirtiendo que se nos acaba el tiempo para frenar la terrible amenaza del calentamiento global. Hace unos meses, y en la senda de los acuerdos de la cumbre climática de París, los 28 países de la Unión Europea asumieron el compromiso de presentar otros tantos planes nacionales para en un plazo de treinta años contener la emisión de gases de efecto invernadero que provocan el aumento de la temperatura y evitar una subida que puede resultar demoledora para el futuro del planeta y letal para una mayoría de manifestaciones de la vida tal y como la conocemos.

Tras estudiar los planes de todos los países la Comisión ha dictaminado que son claramente insuficientes y ha dado un plazo adicional de seis meses para que los gobiernos se ajusten a un compromiso que es internacional y tiene que ver con un acuerdo a nivel.

Junto con los de otros cuatro países, el de España es uno de los planes más ambiciosos con objetivos que superan a los de la mayoría de propuestas. Estonia, Lituania, Portugal y Dinamarca son los otros países que se han ajustado más a lo que se pedía como ideal.

Entre nosotros, los compromisos del Gobierno están ahora sometidos a la lenta velocidad con la que se desplaza el gabinete en funciones y así seguiremos hasta que no haya un nuevo gobierno en la Moncloa y se puedan contraer nuevos gastos o aprobar nuevas leyes.

La aplicación de ese plan va a depender también de lo que por su parte interpreten las autonomías. Cataluña, por ejemplo, tiene un impuesto especial para la aviación comercial que encarece el precio de los vuelos y puede disuadir a los viajeros para que utilicen el tren como medio alternativo allí donde sea posible. En el mapa de las competencias que se puso sobre la mesa para configurar el Consell del Botánic II la gestión del medio ambiente fue una de las cuestiones que suscitó mayor debate y eso alimenta la esperanza de que la «política verde» tenga un protagonismo especial en los próximos cuatro años.

Si nos comparamos con lo que sucede en otros países europeos como Alemania, Francia, Suecia o Noruega, la sensibilidad de nuestra sociedad ante este tipo de cuestiones es débil; da la impresión de que va detrás de los estudios y decisiones de unos funcionarios o técnicos que son quienes dicen tener el conocimiento preciso para conseguir que la solución de la crisis salga precisamente de las entrañas del modelo de producción y consumo que la ha provocado.

Por mucha relevancia que algunos partidos le estén dando a la agenda 2030 y a los objetivos de desarrollo sostenible -el valenciano Federico Buyolo, viene ejerciendo desde el Gobierno de Pedro Sánchez como un verdadero apóstol de la idea de que esa agenda es el contrato social del siglo XXI- la conciencia verde en estos momentos entre nosotros no tiene un discurso potente y bien articulado y la práctica de una vida alternativa no deja de ser un reducto de gente joven y en transición, es decir, que aún tiene su modelo de vida por definir.

El desafío del calentamiento global y de la crisis medio ambiental es tan perentorio que va más allá de los planes gubernamentales y de las estrategias de la Unión Europea.

Tomando inspiración tal vez en Epicuro y en su jardín, el gran Manuel Vicent sacó el Mediterráneo de la geografía y de la historia y lo transformó en una categoría, un imperativo, moral. El genial escritor y periodista, nos dice que el Mediterráneo es una forma de vida. En todo caso, un modo ideal de vivir.

Con el mismo espíritu que animó aquella idea hoy necesitamos convertir el medio ambiente, el equilibrio del clima, en una categoría, en otro imperativo, moral. Controlar el plástico, ajustar la dieta, reducir el consumo, buscar las opciones menos dañinas para la salud del planeta: he ahí, con otras muchas actitudes y valores coherentes, el desafío que se nos presenta a todos ciudadanos de la comunidad, sí, pero también del planeta.

Y no para olvidarnos de una política empeñada en seguir otros derroteros. Todo lo contrario, para que la fuerza de un movimiento moral acabe poniendo cabeza abajo una deriva que en demasiadas coyunturas confunde lo personal y partidista con lo general y compartido.

Compartir el artículo

stats