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El común de los sentidos indica que no se puede hacer una paella a leña en un piso. Por eso se encarga fuera y se disfruta en el comedor. Algo tan racional escapa a la lógica de la mayoría de gestores culturales botánicos. Cuando oigo eso tan manido de abrirse a nuevos públicos empiezo a temblar. Eso ha pasado con el Palau de la Música, un auditorio con una programación de primer nivel que el alcalde Ribó sorteó hace cuatro años a piedra, papel o tijera entre sus concejales. Ahora que se lo está pensado para este mandato, le ha salido la frivolidad de los últimos cuatro años por la caída del techo de la Sala Rodrigo. Me parece genial que los jóvenes acudan y sientan el Palau de la Música como propio, pero no con conciertos de acústica amplificada, sino con una promoción adecuada para ver a las primeras batutas del momento, a los mejores pianistas, las orquestas de referencia y los ciclos de cámara o contemporáneos. Eso es atraer nuevos aficionados y lo demás son pamplinas. O hay que recordar que nuestros conservatorios y escuelas de las sociedades musicales están llenas de futuros músicos y por tanto melómanos. Hay que promocionar futuros abonados. El Palau de la Música ha cumplido 30 años con un público consolidado y entendido, con una orquesta de primera. Eso es lo que se debe gestionar bien, con la colaboración de los maestros y dejando que su arte se escampe mucho más allá de la simplificación funcionarial. A ver si el gobierno municipal es capaz de aprovechar este infortunio para asumir de una vez que el Palau es un templo de la música donde se respeten las formas. El resto de conciertos donde prima la electrónica musical se pueden celebrar en múltiples espacios de la ciudad, según el grupo, sus seguidores y la época del año. Incluso pueden estar programados y patrocinados por el propio Palau, pero nunca se deben celebrar en el auditorio de la Alameda. Hemos sido demasiado condescendientes porque más de uno, y cuatro también, conciertos emergentes han dejado el vestíbulo del edificio como un botellón de la noche de Sant Joan.

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