Un ecosistema de alto valor medioambiental, con unas aguas anegándose y perdiendo progresivamente su vegetación (las matas). Un exceso de nutrientes en el agua (aguas fecales) que impiden la llegada del sol a la parte sumergida de las matas, que junto con los vientos, pierden su agarre y se erosionan desapareciendo poco a poco.

Un fondo repleto de metales pesados (consecuencia de los vertidos industriales) cuyo fango sigue aumentando su nivel reduciendo la capacidad de albergar agua, marcan la «crónica de una muerte anunciada».

Mientras, nuestros políticos como en el cuento: «si son galgos o son podencos».

Unos «expertos medioambientales» y unos políticos muy preocupados por los «votos» no han solucionado este problema de fondo.

Mientras, la opinión y los consejos de los «habitantes del parque» (poseedores de la sabiduría de sus antepasados) son desoídos.

El problema viene de lejos, de principios de los años 60 del siglo pasado. Con el aumento de la población de las poblaciones circundantes a la albufera. Con ese aumento, también aumentaron las aguas fecales y las industriales vertidas en la misma.

Esto se ha intentado corregir con colectores nuevos, pero tampoco es suficiente, llevan aguas de lluvia y fecales al mismo tiempo y de han quedado insuficientes.

El uso de la agricultura actual, tampoco ayuda, un riego por «manteo» sustituido por «goteo», ha dificultado los ullals o nacimientos de agua limpia en la propia Albufera.

Lejos queda aquella época de finales de los años 50, donde se erradicó definitivamente «el paludismo» (hecho poco conocido), erradicado en parte por la eliminación de zonas encharcadas, mejorando el desagüe al mar de la actual «Gola de El Pujol», construida en el año 1953, cerca de la antigua «Gola de El Pujol Viejo», siendo la nueva gola construida, la única que comunica directamente el lago con el mar.

Lejos queda, según cuentan los viejos del lugar, aquella mortandad de ratas de la albufera provocada por un veneno de una industria farmacéutica, que provocó un olor nauseabundo, y que tuvieron que atajar los barqueros y habitantes de la albufera recorriendo todas las matas y recogiendo los restos.

Todo esto no ha quitado belleza a un lugar impresionante, donde es posible vivir la novela de Blasco Ibáñez, conviviendo con sus gentes, respetándoles y aprendiendo de ellos.

Hay que escucharles. No es cierto que se muera la Albufera si se dragan los fondos. No fue la muerte cuando se dragó el «Canal de Catarroja», «los peces no están tontos», y son más listos que algunos expertos y muchos políticos. Si mueves el fondo, se largan a la otra punta del lago inmediatamente.

Cuando se dragó el canal de «Catarroja» no solo no se murió la Albufera, sino que además aparecieron restos arqueológicos muy importantes.

Dragar por zonas y a intervalos prolongados y todo ello en función de los ciclos del agua. Es cuestión de sentido común. O se opera al enfermo o morirá irremediablemente.

¡Utilicemos el sentido común! ¡Salvemos la Albufera!