“Unos cien mil niños (niñas) tuvieron que huir de la guerra de España, que es así como la llaman”. Tras el desarraigo, si les hubiesen pedido dibujar una familia imaginaria, habrían proyectado en sus trazos la angustia de huir a entornos desconocidos, ignorantes de razones comprensibles. “En septiembre de 1937, 2.895 niños (niñas) españoles fueron evacuados a Rusia. Son conocidos como “los niños (niñas) de la guerra” o “los niños (niñas) de Rusia”, (www.muyhistoria.es). Tragedias infantiles ya son tangenciales a la zona de confort, en una sociedad aleccionada en la desidia mediante saturación informativa, falta de criterio individual y falsedades.

“Durante muchos años nos han mantenido con la boca cerrada, han puesto muchas zancadillas. El fascismo lo hizo muy bien. Tenemos miedo a que se acabe la memoria, y la transición hizo tabla rasa. Aquí siempre se ha dicho: Pues algo harían; nos han bombardeado con eso, nos han hecho creer, año tras año, que algo habrían hecho” dijo Sonia Villar portavoz de la Asociación de la Fosa 113 de Paterna, en La Nau, durante la IX Edición del Ciclo de Cinema sobre Derechos Humanos.

Cuando el flash de terribles noticias protagonizadas por niños y niñas se disipa, todo queda en cifras para descarnadas estadísticas. Números de muerte y tragedia, combustible de algoritmos futuros. ¿Servirán para erradicar abusos, torturas, esclavitud y miserias padecidas por la infancia? La página web de UNICEF informa que niños y niñas “representan un 36% de los refugiados y migrantes en Europa; cada vez más niños (niñas) morirán ahogados en el Egeo. Una media de 2 niños (niñas) se han ahogado cada día cuando trataban de cruzar el Mediterráneo”.

Vidas frustradas cuando aún no han adquirido maldad, se destrozan o aniquilan. Vidas inmersas en “Esa pequeña historia que afecta a la gente común, la parte de la guerra cotidiana: comer o donde dormir”, tal como dice Carmen Álvarez, funcionaria responsable de la Biblioteca de la Dona, refiriéndose a los niños y niñas que padecieron el golpe de estado franquista. Infancia despojada de las rutinas imprescindibles para su desarrollo. Siempre niñas y niños temerosos de ser abandonados, sufriendo constantemente neurosis de angustia, terrores hiperventilación y hormigueos en vez de vivir su infancia aprendiendo, jugando, riendo, descansando tranquilamente, soñando.

Muy poco se ha dicho en España de que aquí “Se estaba luchando contra el fascismo; que el Gobierno de la República tenía una gran preocupación por una enseñanza moderna”. Después, todo lo que rodeaba a la infancia quedó deshecho. Surgió el aleccionamiento totalitario mediante información y maneras estratégicamente programadas: rezar el Ángelus al mediodía, cantar Cara al sol y hacer ejercicios espirituales fueron algunas de las maniobras en la escuela.

“No hay motivo racional de ninguna clase para impedir que un niño (niña) se entere de un asunto que le interesa, ya sea sexual o de otra índole. Y no tendremos jamás una población sana hasta que esto no se lleve a la práctica, cosa imposible mientras las Iglesias dominen la política educacional”, escribe Bertrand Arthur William Russell, tercer conde de Russell, matemático, filósofo y escritor inglés, en Por qué no soy cristiano, libro en cuyo prefacio y, en torno a la creencia, expone: “La convicción de que es importante creer esto o aquello, incluso cuando un examen objetivo no apoye la creencia, es común a casi todas las religiones e inspira todos los sistemas de educación estatal. Mediante semejante criterio, en Rusia los niños (niñas) no pueden oír argumentos en favor del capitalismo, ni en Estados Unidos en favor del comunismo”.

“Había verdaderos dramas” puntualizó Álvarez, refiriéndose a niñas y niños españoles adoptados tras el forzado éxodo. Toda una generación infantil, “Que no se vuelva a repetir rogaba la escritora y directora del taller de Creación Literaria de la Universidad de Gandía, Adriana Selik, la cual, haciendo gala de una celosa objetividad documentalista cocinada a fuego lento con ficción, ha sacado a la luz: Silencio de redonda, un compendio de relatos ensortijados con la terrible realidad de niños y niñas expatriados; “Me interesa mucho el niño (niña) y la guerra, ¡están plantados en un desastre! Aquí vinieron muchos niños (niñas) a Simat (de Valldigna). El problema fue cuando terminó la guerra; algunos (algunas) pudieron volver con sus familias”. Serlik, apodada la argentinita, confiesa: “Algunos me dicen que me vaya a mi tierra, pero ¿qué me estás diciendo? Si yo vivo aquí desde el setenta y cinco (cuarenta y cuatro años)”.

Nacionalizada española en mil novecientos ochenta y cinco, la sobre todo poetisa, comentó. “Los suecos colaboraron muchísimo”; al igual que Reino Unido, Bélgica, Suiza, Dinamarca y México que abrieron sus fronteras a niñas y niños españoles. Un mes antes de la muerte de Franco, Serlik llegó a España, “Venía de Londres, llegué a Madrid y era ¡tan provinciana! Me encontré un mundo muy terrible (respecto a los derechos de la mujer), no sabía si llorar o reírme porque venía de un mundo diferente”.

¿Qué delatarían los test de T.A.T. (Apercepción Temática), Rorschach, fábulas de Düss (complejos inconscientes), test de la aldea, C.A.T. (Apercepción Infantil), Blacky (prueba de imágenes), PN (Pata Negra) o el test de la Edad de Oro, al realizarlos criaturas enjauladas en campos de concentración o de refugiados. “Te juro que no lo entiendo, vi una película sobre este campo y todo era muy bonito”, le dice el pequeño Bruno a Shmuell el niño judío preso, (“El niño del pijama de rayas” película del director inglés Mark Herman).

Hostilidad fanática y hechos vergonzosos continúan aupando la mediocridad más inhumana a día de hoy. “En un colegio de Buenos Aires (Argentina), disciplinadamente, los alumnos cantan el himno nacional y se escucha la palabra “libertad”. Alicia, una mujer de clase acomodada, imparte la materia denominada “Historia de Argentina”. En la clase un alumno le espeta: “La historia la escriben los asesinos”. Alicia empieza a hacerse preguntas. (Otro día). Entra en el aula a dar clase y se encuentra con la pizarra llena de recortes de prensa con fotos de niños (niñas) desaparecidos”, (“Jauría humana: Cine y Psicología”, Javier Urra.

“La negación de una realidad penosa es el proceso de defensa más primitivo, proceso que el yo-débil todavía- del niño (niña) utiliza con la mayor frecuencia” atestigua el psiquiatra francés Louis Corman, en un capítulo de El test del dibujo de la familia en la práctica médico-pedagógica).

En la película Hoy empieza todo, Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Berlín (1999), Bernard Tavernier expone el caso de un pequeño que silencia el nombre de su tío que le flagela y golpea en la cabeza. En la infancia todo es influyente. Cualquier sonido, imagen, sensación necesidad de aceptación se incrusta en el cerebro. ¿Por qué prescriben delitos de violación, violencia, manipulación y otras atrocidades sufridas por la infancia?

“El “pequeño Sosso” (más tarde llamado Stalin, José Vissarionovich Dzhugashvili), era un niño débil y enfermizo. Sólo conseguía mover con dificultad el brazo derecho, tenía el izquierdo más corto de lo normal y los dedos segundo y tercero de cada pie se encontraban pegados. Las devotas enseñanzas de su madre y el creciente nacionalismo georgiano influyeron de manera capital en el carácter del muchacho”, (“La vida privada de Stalin”, Jack Fishman, J. Bernard Hutton).

¿Cómo defender a niños y niñas del abrasivo marquismo, del chorreón de fotos en redes sociales y videos colgados en la red? Niños y niñas degluten todo esto fácilmente, son como esponjas hinchadas a símbolos y manejos, y viven a merced de intereses de los demás seres humanos.

En Los cuentos en la educación de los niños, Christa Meves escribe:.“Los niños (niñas) dirigen contra su propia persona la rabia que han acumulado en contra de ese mundo circundante lleno de exigencias, y en cierta manera logran así tranquilizarse”.