Subidas a altos tacones, vestidas, desnudas o semidesnudas es como presenta a las mujeres la artista Vanessa Beecroft en sus performances y fotografías. Uniformadas y sometidas a los clichés estéticos que impone la publicidad, las convierte en un objeto más en las tiendas de Louis Vuitton. Un planteamiento discutible pues no se sabe bien si equiparándolas con las mercancías que exhibe esa marca, más que denunciar contribuye a acentuar el estereotipo. Aún así, el hecho es que en sus composiciones no faltan casi nunca zapatos con tacón de aguja al más puro estilo fetichista y que la cosificación y homogeneización de la mujer es un tema recurrente en su obra artística. Sin embargo, a mi entender, otra artista visual, Yolanda Domínguez, es más explícita a la hora de criticar cómo la publicidad, para estimular el consumo, crea imágenes que tienen el inmenso poder de afianzar los roles de género en el imaginario social. De ahí que sus creaciones audiovisuales sean más inteligibles para el gran público, a quien les descubre cómo tras las pretendidas imágenes impactantes que la publicidad de moda proyecta, persiste la voluntad de seguir normalizando la violencia contra las mujeres.

En líneas generales puede decirse que los estereotipos son aquellas creencias populares en torno a un grupo social sobre las que hay un acuerdo básico. En consecuencia, están relacionados con lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos ante personas de diverso sexo, clase social, país, religión y cultura. En realidad los estereotipos son importantes en el proceso de socialización de todo individuo pues le dan estabilidad cognitiva al facilitarle identidad social y sentido de pertenencia de grupo. De ahí que los estereotipos de género funcionen como un cliché de lo que se espera que sea un varón o una mujer. No resulta, pues, casual que en las campañas publicitarias de moda los hombres aparezcan de pie, erguidos y en general vestidos, mostrando seguridad en actitud de poder y dominio. Mientras que las mujeres suelen llevar menos ropa y están en posición de caída, en algunos casos casi a nivel de tierra y con dificultad para juntar las piernas.

Algunas marcas apuestan por esa estética de la sumisión y del desvalimiento enfermizo hasta un punto patético y ridículo. Aún así, las imágenes estereotipadas se asumen sin más al formar parte del mensaje que difunden los mass media con el que se modela al cuerpo femenino. Y es, precisamente por la necesidad de sentirse incluidas y no excluidas, por lo que los estereotipos de género se interiorizan y no producen rechazo, incluso por las mismas mujeres que no son conscientes de la violencia invisible que se ejerce sobre ellas al exigirles la repetición de un comportamiento estereotipado hasta la exageración. Por eso mismo, hay que recordar que los estereotipos contienen una serie de prejuicios y discriminaciones de base esencialista donde se olvida que el género no es algo natural sino una construcción cultural.

De hecho uno de los estereotipos que sigue sosteniéndose con fuerza es el relacionado con el género, incluso en contextos geográficos tan dispares como son los cinco continentes. De este modo, sigue esperándose de las mujeres que en el trabajo sean solícitas, amables, dependientes y orientadas a dar satisfacción a la gente, mientras que de los varones se espera que sean dominantes, independientes y orientados de forma agresiva a la realización del trabajo. Es en esa línea donde actualmente, a pesar de los cambios sociales y avances en la igualdad que se han producido, sigue funcionando, en algunos ámbitos profesionales, un uniforme de género que podría resumirse en camisa y corbata para los varones y falda y zapatos de tacón para las mujeres.

Un ejemplo reciente ha sucedido en Japón donde las japonesas se han rebelado contra la imposición de llevar tacones altos durante su jornada laboral, como empleadas de hotel u oficinistas. Ha sido la escritora y actriz japonesa Yumi Ishikawa quien ha liderado esta campaña con la que denuncia los problemas de salud que provoca en las mujeres el uso de ese tipo de calzado así como un tipo de dolor peculiar, conocido en japonés con el término kutsuu. Para ello ha creado un hashtag #KuToo y además ha elevado una solicitud al Ministerio de Trabajo para que lo tenga en cuenta y cambie la norma. De hecho la postura de esta activista se centra en mejorar las condiciones laborales de muchas mujeres que han de permanecer en pie o recorrer largas distancias durante la jornada laboral. Pero no es un único caso y se han dado protestas similares en Europa, algunas con gran repercusión mediática como cuando Julia Roberts acudió descalza al Festival de Cine de Cannes de 2016, en protesta porque el año anterior el director del Festival no había dejado desfilar por la alfombra roja a las mujeres que no portaran tacones altos.

Quienes se muestran reticentes a considerar la obligación de usar tacones altos como discriminación sexista, aduciendo que los varones también asumen otros imperativos vinculados a su vestimenta, es porque no se han planteado la diferencia existente entre un grupo social que estereotipa y otro estereotipado. Se trata de una distinción que tiene su origen en una historia social en la que la relación entre los sexos ha sido establecida creando un sesgo escorado hacia el modelo patriarcal de varón. De este modo la cuestión reside en que las mujeres no tengan que sufrir problemas de salud como en otra época produjo la práctica oriental de los pies vendados. La cuestión es también que las mujeres no padezcan consecuencias laborales, como el despido, si quieren llevar zapatos planos en su desempeño laboral como le sucedió, por ejemplo, a Nicola Thorp que fue despedida, como recepcionista para la empresa de auditoria PwC, por hacerlo. Su despido en 2016 provocó una protesta multitudinaria en Reino Unido y su caso llegó a debatirse por una comisión de diputados, aunque el gobierno británico siguió sin modificar la legislación en torno a los códigos de vestimenta en el ámbito laboral. Es obvio que los estereotipos de género no se cambian de manera fácil y de forma rápida. Su arraigo se debe a que unos se complementan con otros.

Por eso mismo las mujeres buscan asemejarse a una barbie, anoréxica y sumisa, a la manera como las representa Vanessa Beecroft, mientras que los varones tratan de copiar el prototipo del guerrero aguerrido y dominante. Pero, aún así, la revuelta de los tacones que ha movilizado a tantas mujeres en estos últimos años, añade a las cuestiones de socialización de género intereses ligados a la salud y bienestar laboral que deberían ser tratados como tales y no despachados de un plumazo.