«La ciutat és el temple de les idees perdudes,/incitants ambicions que vam tenir un dia,/l’aspra vivència dels fets inevitables».

Emili Rodríguez-Bernabeu, Alacant, 2008

Para ganar hay que saber perder. Tenemos ahora mismo dos majestades vernáculas: la incapacidad para acordar el gobierno de progreso para el Ayuntamiento de València y el desmadre de los vehículos de dos ruedas que campan por la ciudad, sin conocimiento de las más elementales reglas de convivencia. Negociar no es imponer ni perder de vista la realidad. Es fácil hacerse ilusiones de que los resultados electorales nos van a hacer reina por un día. En València y en la Comunitat Valenciana estamos lejos de las mayorías absolutas y del bipartidismo de antaño. Del socialismo hegemónico y de la derecha intransigente. «¡Germanor, i vergonya!»

Posibilismo. La era Joan Lerma y de Clementina Ródenas -la alcaldesa socialdemócrata que se opuso al acceso Norte al Puerto de València cuando era posible- ya mordió el polvo. El posibilismo fue la moneda de cambio en la década de los 90, como denunció el historiador Josep Fontana. Ni las cesiones al intervencionismo del diario Las Provincias de María Consuelo Reyna ni a las injerencias del mangoneo empresarial que encumbró a Pedro Agramunt a la presidencia del PP en la C V. Después desbancado sin piedad por Eduardo Zaplana, de la mano de José María Aznar. Dos errores mayúsculos que llevaron a las instituciones locales y autonómicas a 24 años de latrocinio y hegemonía autoritaria, sin capacidad de respuesta por parte de Aurelio Martínez ni de la desaparecida e inteligente, Carmen Alborch, en la oposición municipal. No se aportó nada y se destrozó mucho. Los servidores públicos han de mirar, en la distancia, por los intereses de los ciudadanos. Y explicarse con conocimiento de causa sin malcríos ni complejos.

Cambio. La transformación de la ciudad requiere educación y normas. Ordenanzas escritas y asimiladas. Todos sabemos que no se puede conducir un coche con el móvil en la mano. Ni cruzar en diagonal, de extremo a extremo, por una rotonda con la excusa de que hay un intermitente en ámbar que permite circular ceñido a la isleta central. Lo hacen hasta taxis y autobuses. Hay calles con más vehículos en segunda fila que bien aparcados y es patente que las mascotas siguen dejando sin control, sus excrementos en aceras y muros. València tiene derecho a ser una ciudad segura y limpia con adecuados servicios y culta.

Autoseguridad. Jacques Attali ya advirtió, tiempo atrás, que los ciudadanos tendríamos que establecer nuestros sistemas de control y vigilancia para alcanzar los niveles óptimos de seguridad de los vecinos. Los vehículos de dos ruedas - bicicletas, motos y patinetes—han invadido las calles y el espacio de los peatones en la metrópoli de València, sin la debida cultura. València es una ciudad idónea para la bicicleta durante ocho meses al año. Los otros cuatro, con humedad, insolación y altas temperaturas, serán oportunidades para motos y patinetes eléctricos. Las motos a menudo infringen las normas de circulación y estacionamiento. La ley del más listo con chichonera. Los patines provocan accidentes e incumplen los principios básicos de circulación y convivencia. ¿Quién obliga a suscribir seguros que eviten insolvencias?

Ni parecido. La puesta en funcionamiento del gobierno municipal de València, padece retraso innecesario y perjudicial. No se puede entender que la fina disquisición entre vicealcaldesa, cargo que exige -con empecinamiento- la líder socialista, Sandra Gómez y el de «teniente de alcalde». Designación tradicional para designar a quien puede sustituir al alcalde como cualquier concejal. Seamos todos hermanos. La pretensión de que se rijan por los mismos criterios la constitución del Consell de la Generalitat y el órgano de gobierno de la ciudad de València, es ignorar la naturaleza de ambas instituciones. Los resultados electorales han sido distintos. Diferente es la composición de las dos entidades, su misión, financiación y cometidos. En el Cap i casal el órgano de gobierno requiere el apoyo de dos partidos y en el gobierno autonómico han de intervenir, necesariamente, tres fuerzas políticas -PSOE-Ximo Puig, Compromís-Mònica Oltra y Unidas Podemos-Martínez Dalmau- No es lo mismo gestionar el área metropolitana de València que el territorio autonómico. Ni el pacto de gobierno tiene por qué ser el mismo ni parecido. Podría ser inconveniente.

Pretextos. Los resultados electorales del 26 de mayo dicen que Compromís, liderado por Joan Ribó obtuvo 10 escaños y por tanto la alcaldía. Seguido de PP con ocho, de PSPV con siete, Cs con seis y Vox con dos. Los delirios de Sandra Gómez -candidata socialista- por ocupar la vicealcaldía, que no existe, han llevado a la corporación valenciana a un atasco surrealista. Por el que se pretende imponer a la mayoría de gobierno un esquema de funcionamiento que no tiene nada que ver con la Generalitat, que carece de antecedentes en alianza bipartidista y que no comparte el alcalde electo. Sólo este motivo basta para cerrar la polémica. El resto de pretextos para la ruptura son nimios. En ningún caso explican ni justifican el retraso en la puesta en marcha de la maquinaria municipal. Que tiene asuntos de mayor enjundia que afrontar.