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Diseño y arte urbanos en València

La siempre activa asociación valenciana de diseñadores promueve la designación de la ciudad de València como capital mundial del diseño, el año 2022. Se trata del formato WDO (por sus siglas en inglés, world design organization) que organiza un consejo internacional de diseñadores industriales y que el año que viene acogerá la ciudad de Lille. La candidatura presentada por la ADCV cuenta con el respaldo del Ayuntamiento valentino e, indiscutiblemente, merece el máximo apoyo, en especial de la sociedad civil y, sobre todo, del tejido empresarial cuya competitividad tanto depende de un buen y original diseño de producto.

Sea elegida o no València para el evento -compite con Bangalore, una megalópolis india donde se concentra su avanzada industria tecnológica-, la iniciativa de la asociación debe servir para reflexionar también sobre la calidad del diseño del espacio público de la ciudad. Esta es una consecuencia obvia que la administración municipal es muy posible que ni se haya planteado, por más que resulte impepinable que además de considerar la producción de todo tipo de objetos, incluyendo grafismos, publicaciones y hasta ilustraciones, envases y paquetería en general, tratándose el WDO de un evento que se apoya en la idea de ciudad también tendrá ojos y reflexión para con el espacio urbano. Y en ese aspecto, hay que decirlo, la ciudad no sale bien parada.

València, desde la segunda mitad del siglo pasado, no ha hecho sino acumular desastres urbanos y afeamientos en su territorio. Resulta curioso que siendo una de las poblaciones con normativas más restrictivas a pesar de su buen clima, se haya ido permitiendo una degradación tal de las vías públicas. Basta atender con la mirada para observar las aceras valencianas ocupadas por toda suerte de artefactos. No solo chirimbolos y mamotretos que trajeron a la ciudad los servicios de una multinacional francesa de cuyo nombre no deseo acordarme. Hablo de semáforos, cajas registradoras de los mismos, buzones -cada vez menos-, farolas, mástiles, muppys y papeleras de todo tipo, señalizaciones varias, pavimentos multidiversos, maceteros para dar y vender -muchos de ellos con plantas, baladres y palmeritas secas-, contenedores de basura de un amplio surtido de modelos, paradas de autobús, vallas, balizas provisionales de tráfico€

Todo un caos callejero que se une a la proliferación de solares sin la protección adecuada, además de infinidad de medianeras vistas, agujeros del suburbano abandonados y el acúmulo de cubiertas de edificios que no se dejan habitar por las personas pero sí por miles de antenas y cables sin trenzar de las compañías eléctricas que campan por los aires de València. Incluso en un entorno tan sensible como el frente marítimo estuvo jalonado el acceso al recinto de la Copa del América con atobones provisionales y rejas sostenidas en basas de cemento, durante años, justo al lado de los solares ahora brotados de matorrales en donde se iban a construir unas piscinas con techo retráctil.

No hablo tampoco de la falta de sensibilidad por el arte y el ornato públicos. Desde tiempos de Maricastaña lo único bueno que se ha plantado en ese sentido en la ciudad son las dos fuentes de Miquel Navarro, las esculturas de Alfaro y alguna cosita de Nassio, de Gerardo Sigler o el campus de la Politécnica, donde se deben destacar las piezas de Oteiza, Sempere, Badía o Evarist Navarro. Hasta la llegada de la Fundación de Hortensia Herrero y su programa de esculturas al aire libre -Valdés, Cragg y ahora Plensa-, València ha estado ausente del gusto por el arte público. Y eso que a la ciudadanía le cautiva, como se puede comprobar estos días en el entorno del estanque de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Nuestro último gobierno municipal tampoco ha mejorado las cosas. No hay ni se le espera instancia alguna ni asesoramiento que coordine la ocupación y estética de la calle a pesar del interés mostrado por la movilidad. Al contrario, cada concejalía, cada servicio va a la suya. De ese modo vemos aparecer unos nuevos rótulos para el callejero local de un diseño espantoso -amarillos y azules, como señales de correos-, que nos hacen aún más echar de menos las placas de cerámica que en su día fueron tan características del estilo de la señalización valenciana.

Subrayemos pues, que diseñadores valencianos haberlos, haylos, y de los mejores del país, ejemplo y vanguardia en muchos ámbitos. Genios como Mariscal, creativos de primer rango como los que surgieron del grupo La Nave -Belda, Nebot, Lavernia, Marisa Gallén, Sandra Figuerola€-, Vicente «Punt» García€ y las nuevas generaciones que representan José Manuel Ferrero, Ibán Ramón, Didac Ballester€ diseñadores de mobiliario como Ramón Esteve, Vicente Blasco o el equipo Odosdesign€ hasta el madrileño internacional, Jaime Hayón, quien ha decidido quedarse a vivir en València€

Me dejo docenas de buenos profesionales en el tintero, y ellos merecen sin duda que València sea capital mundial del diseño, pero los valencianos también nos merecemos que los políticos tengan buen gusto de una vez, eduquen sus retinas y paladeen la estética avanzada para generar un poco de orden y diseño urbano en la ciudad, incluso un estilo propio y singular que nos confiera carácter y competitividad. Lo tuvo València en 1909 y en los años 30 e incluso a finales de los 70.

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