Hay espacios ideológicos que transitan como si fueran líneas paralelas, que jamás se cruzarán. Posiciones políticas contrapuestas traducidas en planteamientos concretos en los que es imposible encontrar puntos en común. O se está en una línea, o se está en la otra; sin que sea posible estar en ambas. Precisamente, a esa imposibilidad es a lo que juega -de una forma cada vez más arriesgada- Cs: no es posible hacerse la foto en la manifestación de la plaza de Colón y en la del LGTBI sin caer en la contradicción, en la demagogia. Una equidistancia políticamente inviable. Una actitud, cada vez más recurrente en este partido, con la que logra acaparar el foco mediático, pero que pone de manifiesto el liderazgo de un proyecto político pensado únicamente en clave electoralista, entendiendo la democracia en términos de mercado. Me pregunto si con una la lectura acertada de la oferta y la demanda. En cualquier caso, la cuestión de la presencia de Inés Arrimadas en la manifestación del sábado es si respondía a verdaderas convicciones en defensa de los derechos del colectivo LGTBI, o más bien, a la provocación para la búsqueda del titular, tal y como sucedió.

Porque no te puedes alinear políticamente con un partido como Vox, que dice que la «celebración del orgullo gay se ha convertido en una imposición institucional, un problema de convivencia y en la causa de vulneración de los más elementales derechos de las poblaciones donde se lleva a cabo», si no lo haces desde la más absoluta incoherencia. Haciendo de la política un show, un espectáculo lamentable. Recordaba aquel episodio, también protagonizado por Arrimadas, cuando se plantaba con una pancarta en la puerta de la casa de Puigdemont en Waterloo para decirle que la República no existía. Como si aquella escena fuera a contribuir en algo a la solución de la cuestión soberanista. En fin…

Vivimos tiempos de una elevada agitación pública. El ascenso electoral y mediático de Vox, aunque quizá sería más correcto decir mediático primero y electoral después, ha alterado tanto las piezas como las reglas del juego en la política. Desde que este partido empezara a condicionar la agenda mediática con ese estilo trumpista del que se vale, no solo ha movido a los otros dos partidos -PP y Cs- en el espectro ideológico, más hacia la derecha, sino que también ha provocado que éstos se impregnen de ese estilo falaz y demagógico que caracteriza al populismo. Sinceramente, no sabría decir cuál de las dos cosas es peor, si la ideológica o la populista, porque la falta de honestidad política practicada como consecuencia de ese efecto arrastre en los últimos tiempos empieza a ser insoportable.

En un momento en el que se acaban de conocer dos sentencias del Tribunal Constitucional en las que viene a concluir que la aplicación del artículo 155 que se hizo en octubre de 2017, fue correcta -señalándose, además, la necesidad del límite temporal- solo se puede concluir que, resulta inaceptable la forma tan falaz que han venido utilizando Rivera y Casado en esta cuestión, llegando a hablar de una aplicación permanente del mismo, es decir, suspender de forma ilimitada la autonomía en Cataluña cuando no se dan condiciones, ni siquiera, para una aplicación de forma limitada. En cualquier caso, tal y como tendría que ser.

La ausencia de seriedad y rigor a la hora de solicitar la utilización de una previsión constitucional como esta, gastándola casi como si fuese un eslogan de campaña, dice mucho de la talla política de las personas que actualmente lideran estos dos partidos que, al parecer, creen que les va mejor viviendo del conflicto que de la solución.

Como nos dijera Orwell a través de esos diez magníficos ensayos sobre lenguaje, política y verdad, la falta de exactitud y de acierto en la palabra, en el mensaje, pervierte la vida pública. Ahí es, exactamente, donde se está llegando.