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360 grados

Tragedia griega

Al final no hubo sorpresa: Alexis Tsipras sufrió una clara derrota en las urnas tal y como pronosticaron los sondeos. Y ya que no los ciudadanos, al menos los mercados deberían estarle agradecidos al primer ministro griego por los servicios prestados.

De poco sirvieron algunas medidas sociales adoptadas por su Gobierno como la de garantizar la prestación de servicios de salud básicos a cientos de miles de griegos que no estaban asegurados, la concesión de ayudas a ciudadanos en situación de emergencia habitacional o la rebaja del IVA para muchos alimentos de primera necesidad o el suministro eléctrico. El líder de Syriza había cumplido casi a la perfección lo que se esperaba de él: las imposiciones de la llamada troika para concederle los créditos que servirían sobre todo para el rescate de los bancos franceses y alemanes que se habían endeudado irresponsablemente en ese país.

Tsipras heredó de los gobiernos anteriores, los socialistas del Pasok y los conservadores de Nea Dimokratia, que se alternaron durante años en el poder, un Estado hipertrofiado, gravemente endeudado y corrupto. Un Estado que había camuflado sus cuentas públicas con ayuda exterior y en el que sus multimillonarios armadores no estaban siquiera obligados a pagar impuestos: tan sólo se esperaba de ellos una "contribución voluntaria" al presupuesto público.

En vista de tales antecedentes, que hace poco apareciesen fotos del líder de Syriza a bordo del lujoso yate de una familia de armadores no debió de gustar demasiado a los sufridores, en carne propia, de la crisis. Cuentan los medios que Grecia ha superado ya lo peor de esa crisis, pero si las estadísticas no mienten, los ciudadanos de ese país son hoy un 25% más pobres que hace nueve años. Y el país sigue estando fuertemente endeudado.

Los datos macroeconómicos como la vuelta al crecimiento del PIB no reflejan la dramática de la gran mayoría de la población. La clase media se ha empobrecido y los jubilados han visto reducidas hasta en un 40% sus pensiones cuando en muchos casos han de alimentar, al igual que sucede en España, también a sus hijos o nietos.

La última cifra de paro, del 18%, diez puntos menos que a finales de 2013, puede representar para algunos un alivio. Pero el desempleo juvenil, que a comienzos de 2015 llegaba al 60%, es todavía de un 40%; los sueldos son bajos, tendiendo a miserables, las condiciones laborales, precarias, y muchos jóvenes -casi medio millón- han tenido que emigrar, sobre todo al Reino Unido y Alemania.

Como ocurre también por desgracia en nuestro país, las universidades se han dedicado a formar a jóvenes que luego no encuentran trabajo en casa y cuyo talento y cuyas capacidades aprovecharán luego otros. Tsipras llegó al Gobierno del país prometiendo algo que no iba a poder cumplir porque no se lo permitirían los poderes económicos ni los mercados: Con Syriza, Grecia desafiaría los diktats de la UE y el pueblo griego superaría por fin años de "dolor y humillaciones".

Eso era lo que pretendía también el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, hasta que se impuso la realidad económica, y Tsipras no vio otra salida que preguntar en referéndum al pueblo griego si aceptaba las drásticas medidas de austeridad impuestas por Bruselas. Como era de esperar, triunfó por mayoría -del 61%- el "no", no obstante lo cual el jefe de Gobierno decidió que lo mejor era deshacerse inmediatamente del cada vez más incómodo Varoufakis, quien, en sus intentos desesperados de resistencia a Bruselas, se había enemistado con sus nada empáticos colegas.

Tragándose entonces las orgullosas palabras propias y las de su ministro, y haciendo de paso caso omiso de la voz mayoritaria del pueblo, el líder de Syriza dio de pronto un giro de 180 grados, resignado a cumplir las draconianas exigencias de una troika que aspiraba a dar un escarmiento a los griegos y disuadir a potenciales imitadores. El premio a todos los esfuerzos realizados para cumplir al pie de la letra la austeridad impuesta desde fuera ha sido una clara derrota de Syriza frente al nuevo líder de Nea Dimokratia, Kyriakos Mitsotakis, quien ya en la campaña prometió -¿cómo no?- bajar los impuestos y seguir ese proceso de privatizaciones que tanto gusta en Bruselas.

Tsipras ha hecho lo que la Comisión Europea, el Fondo Monetario y los mercados esperaban de él: un harakiri político que deja ahora el camino expedito para que el nuevo Gobierno prosiga la interrumpida labor de zapa del Estado del bienestar, algo que la derecha sabe hacer mejor que nadie. Una cosa tendría al menos que agradecer a Tsipras el líder de Nea Dimokratia: la solución del viejo conflicto con el vecino del norte por el nombre de Macedonia, algo que le costó a aquél muchos votos y al que difícilmente podrán oponerse ahora los conservadores, por mucho que les repugne, si no quieren enemistarse con el resto de la UE.

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