Si prescindimos de las aves carroñeras, que por desgracia persiguen y desprestigian al fútbol, podemos decir que con la victoria del Liverpool en la Liga de Campeones, con el triunfo del Valencia en la Copa del Rey y con la permanencia del Levante en Primera División, la poesía del fútbol ha triunfado esta temporada. Cuando vemos o escuchamos cantar el You’ll never walk alone a 40.000 personas en Anfield, entendemos que el fútbol también puede ser poesía. Comprendemos que por muy adversas que sean las circunstancias, ni los jugadores en los partidos, ni nosotros en la vida, hemos de rendirnos. La ilusión del fútbol debemos transformarla en una capacidad de pensar en positivo, de luchar por nuestros sueños. El espíritu inglés de alentar, incluso en los momentos difíciles, tiene su recompensa. Siempre se ha dicho que en Inglaterra se vive el fútbol de forma diferente. A los aficionados ingleses les gusta saborear los partidos en las horas previas, durante los 90 minutos en los que animan constantemente sin despreciar al rival y después de los encuentros. Campos como el Queens Park Rangers, el Newcastle o el Stamford Bridge tienen algo especial, aunque no sean modernos y con grandes aforos.

La canción creada por Richard Rodgers y Óscar Hammerstein, que fue adaptada como himno del Liverpool en los años sesenta, refleja muy bien el espíritu de los granotas. Ser levantinista tiene un enorme mérito ya que el Levante, durante muchísimos años, caminó a través de la tormenta, en una oscuridad que asustaba e hizo pensar que el club podría desaparecer. Realizó su travesía en el desierto siempre con el apoyo de la afición que no lo dejó solo. Al final de la tormenta encontró la luz del sol; la dulce y plateada canción de la alondra le permitió, por merecimientos propios, ascender a Primera División. Temporada tras temporada, para alegría de los amantes del fútbol en València, el conjunto granota se va consolidando en esta categoría. La afición puede sentirse orgullosa de pertenecer a uno de los clubs más antiguos de España y más saneados económicamente, que, haciendo gala a su himno, con firme paso se cubre de gloria su nombre inmortal. A su vez, los dirigentes levantinistas pueden enorgullecerse de tener una afición fiel y sana, que, con ardor, puso su fe en las barras azulgranas de su clásico jersey.

En el año histórico del Centenario, los sueños de miles de valencianistas se rompieron en pedazos durante la primera vuelta de la temporada ya que el equipo no funcionaba. Por suerte, el Valencia CF nunca caminó solo, la afición le siguió apoyando y no pidió estúpidas soluciones como la destitución de Marcelino. Los jugadores tuvieron esperanza y su entrenador siguió confiando en ellos con el apoyo de los aficionados. El conjunto valencianista caminó y caminó a través del viento, superó la lluvia, pasó la tormenta y al final encontró la luz del sol. El triunfo en la Copa devolvió la ilusión y la autoestima a una afición que había sufrido demasiado en cada partido. Un club que todavía está intentando recuperarse de la ambición desmedida y de la gestión catastrófica de quienes jugaron y mercadearon con el sentimiento valencianista. El partido de las leyendas nos demostró que el espíritu seguía vivo, que, a pesar de los problemas, debemos avanzar juntos y con la cabeza bien alta y que, si caminamos con esperanza en nuestros corazones, podemos alcanzar grandes metas.