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Bajar la persiana política

Cuando llueve la culpa es del Gobierno. Si hay sequía, también. Pero si no hay Gobierno y la vida sigue igual, entonces se difunde la idea de que da lo mismo, que se puede vivir sin políticos que asuman tareas de gobernanza. Ya nadie asume las culpas, todos contentos como unas pascuas. ¿Acaso sobran los políticos?

En este país llevamos bastantes meses sin Gobierno, y la vida parece continuar como si nada. Quedan apenas unos días para saber si el candidato más votado en las elecciones de abril, Pedro Sánchez, del PSOE, sale investido o no para presidir a los ministros del país, sus ministros. De no conseguirlo, que así parece aunque nunca se sabe, habrá nuevos comicios bien entrado el próximo otoño.

El CIS tampoco aclara mucho sobre ese escenario de futuro con sus encuestas. La repetición de las elecciones no despejaría el camino del todo a ningún partido. Así que nos encontramos en una espiral muy a la italiana, como también viene ocurriendo con Cataluña, donde apenas sí hay movimientos entre los votantes. Nadie arriesga ni un centímetro de su ideario.

No hace falta irse muy lejos. En València no fue fácil conformar el Gobierno tripartito de la Generalitat, y en la capital valenciana se ha tardado mes y medio entre tiras y aflojas para poner de acuerdo a Compromís con los socialistas. Y ya veremos cómo se conforma finalmente el bipartito valentino. La inestabilidad de los pactos, por lo demás, también sacude como bien sabemos a Madrid. Y a muchas otras instituciones.

Unas veces el culpable es Vox, otras Podemos, las más una grima insondable entre Albert Rivera y el citado Sánchez es la que provoca esta infinita parálisis política... Pero también contribuye a ello el inmovilismo de los soberanistas, la pájara del nuevo PP de Pedro Casado, la huida de los liberales de Ciudadanos camino de un nuevo Damasco€

En tales circunstancias, lo único reseñable es el notable ejercicio de construcción del argumento político que cada cual esgrime para justificar su actitud. Ahí emergen dos figuras singulares de las que apenas se habla en los medios pese a la fortaleza de alguna de sus cualidades, el asesor Iván Redondo Bacaicoa y el ministro José Luis Ábalos Meco, encargados ambos del análisis y estrategia del cuadro de mandos del socialista Sánchez.

Mientras, la vida sigue. Todos los días se recoge la basura -aunque ese fue el motivo de la caída por incompetencia de Bildu en San Sebastián-, fluye el agua potable por las cañerías y los semáforos regulan el tráfico. También acuden los servidores públicos a sus puestos de trabajo: a los hospitales, escuelas, cuarteles u oficinas€ y suelen cobrar todos los meses, aunque en ocasiones se quedan sin paga extra.

Y ocurre también que un museo como el MuVIM anuncia que suspende su actividad por unos meses para arreglar el aire acondicionado y nadie se inmuta. Como si cierra el teatro Escalante para siempre, el Museo de Bellas Artes sigue sin ley ad nauseam o el Palau de la Música anuncia una clausura provisional para peritar y reparar el techo de sus instalaciones, que se les ha caído.

Pero nada de todo eso parece ser cierto. Vivir en un país sin Gobierno, con los presupuestos prorrogados tiene múltiples consecuencias que a simple vista no se observan pero que socavan el discurrir de una nación. En nuestro caso, para empezar, se congelan las inversiones y se deja sin resolver el grave problema que supone para la Comunitat Valenciana la actual financiación autonómica.

En cascada, si los recursos de la Generalitat Valenciana siguen magros, sus políticas carecen de expansión posible. Los programas sanitarios se congelan, la construcción de escuelas se detiene y a las universidades no se les resuelve el déficit presupuestario que arrastran.

Una institución pública sin Gobierno supone, también, una situación de indefinición y de falta de garantías jurídicas para cualquier nueva inversión, de ahí que los capitales extranjeros, tan necesarios para nutrir la economía de un país, se retraigan.

Y pese a todo ello, ocurre, de manera perversa, que en situaciones de provisionalidad política se producen picos de crecimiento económico. Pero tal circunstancia da para otro artículo. De momento lo político es provisional y aburrido, llegan las vacaciones, y la ciudadanía echa la persiana. Tampoco hay demasiada cultura, ni fútbol. Pero nos quedan las series, que ya todo lo inundan.

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