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Perversores y pervertidos

Estupor es lo mínimo que produce el artículo de opinión que el concejal Rafael Pardo de Ciudadanos escribe en un diario digital y que llama perversamente: «Intolerancia y odio a la diversidad en la fiesta de la diversidad». Es un buen título para una película de género en la que unos jugadores de rugby americano entran para ayudar a decorar una fiesta de maricas y son expulsados. Y como estamos en València y aquí todo vale, Pardo acaba, encima, diciendo: «No quiero finalizar este artículo sin lamentar que situaciones así continúen produciéndose en pleno siglo XXI en un estado democrático de derecho». Perdón. Este es el clásico blablablá de relleno que no significa nada. Pero luego continúa, sin venir a cuento: «Lo cierto, es que jamás había percibido tanto odio». Este mantra del odio lo ha repetido Ciudadanos en Madrid, València y Barcelona sin duda alguna para equipararse, en su delirio, a los delitos de odio que tanto desearía eliminar de los códigos junto a los de delitos de género. Este mismo viernes la estrategia fructificó de manera bochornosa cuando Vox denunció en Tarragona a cinco personas por repartir pasquines en su contra, pervirtiendo así la aplicación del delito de odio, que está pensado para proteger a minorías. Ese no es el caso de los de Vox, cuya minoría es única y afortunadamente parlamentaria.

Resumiendo, no hace falta tanto tribunal, que nadie va persiguiendo heterosexuales, y que no es odio echar a alguien que ha venido a fastidiar a una fiesta, por muy reivindicativa de las libertades que sea. Como dice con toda claridad Rafael Pardo en sus últimas palabras: «Las personas del colectivo LGTBI pertenecientes o simpatizantes de Ciudadanos, una vez más, fueron objeto de discriminación. En este caso, por sus ideas políticas». Sería recomendable que esas personas cambien a un partido que sí defiende sus derechos y no pacta con ideas homófobas o no comparte la invención del odio del lobby gay, y así evitarán ser discriminadas. Lo más significativo es que la versión de los episodios que tuvieron lugar la semana pasada nos ha llegado filtrada o deformada, de suerte que no sabemos donde empieza el pensamiento de algunos partidos y dónde empieza la interpretación ajena, lo cuál es un claro indicativo, como ocurre en el fútbol, de que alguien quiere sacar provecho de la situación y lucirse como víctima. Es algo que esperábamos de personas que, entre las austeras paredes de sus ideas y en la serenidad de sus vidas, han querido introducir el aire del mundo. El ministerio del poder político en gran parte está ensamblado con el universo, con las necesidades diarias y con la vida cercana. Y la vida da clases de realismo: se tuvieron que dar cuenta de que existían otras realidades fuera de las Entidades Naturales, sindicato-familia-municipio. Tuvieron de dejar de atribuirle a Dios palabras, reacciones y represalias de jefe de oficina quisquilloso y maniático, ese argumentarlo rancio que usan todos los hermanos envidiosos para acusar ante los padres al que destaca en la familia. No hay que hacerle a Dios ni al Código Civil decir tonterías y no atribuirles resentimientos mezquinos. Dios es un Dios-Dios y no un Dios histérico ni un Dios policía. Y las leyes no están para reprimir, sino para llegar a acuerdos aunque sean malos. De todos modos, no cabe duda que quienes son nuevos en el ambiente, aunque sea con esas ideas restringidas y retrógradas de que celebrar el Orgullo es ponerse un sombrerito con una cinta arco-iris, representan una gran fuerza. Son pequeñas almas entusiastas y pasionales y en nuestro mundo, hay que ser pasionales. ¿Recuerdan las palabras de exaltación de santa Gertrudis, la mística benedictina, al comer un melocotón? No, claro€ bueno: ¿saben lo que dice Vauvenargues en su elogio de las pasiones? Hay que vivir intensamente, ardientemente. Esto es lo que el Orgullo quiere explicar a las almas solitarias encerradas en sus casas y en sus vidas, y esta pasión arrastra leyes, provoca gritos, reacciones, encuentros, lazos. Eso es lo que hay que enseñar, señor Pardo, en esta ciudad donde la fe ha sido mal infundida por sacerdotes limitados, moralistas preocupados en enseñar a morir y a matar. Para enseñar a morir, impiden vivir. O lo que es aún mucho peor: viven a medias. Y no sólo Dios no quiere esto, sino que hasta podemos construirnos una teología toda nueva, alejada de las mentiras y perversiones que se están queriendo introducir en la sociedad contra feministas, gays o emigrantes. No se dejen pervertir. Para protegerse de los falsos moralistas y de monjas espúreas, acuérdense del viejo aforismo, que aún escrito en latín macarrónico no deja de ser cierto: homo homini lupus, mulier milieri lupior, sacerdos sacerdoti lupissimus.

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