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Porno

Un reciente informe de la UIB titulado Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales asegura que los niños se inician en la pornografía a los ocho años. Hablamos de una media de edad, por supuesto, y sobre todo de una tendencia cada vez más generalizada. Como en el mundo de la sexualidad romana -que con tanta clarividencia iluminó Pascal Quignard en El sexo y el espanto (ed. Minúscula)-, el retorno de los instintos conduce a una creciente sexualización de la vida. También -se diría-, del mundo de las imágenes, omnipresente hoy gracias a las nuevas tecnologías. Y, como observa la doctora Carmen Orte, una de las autoras del mencionado estudio, en el caso de los niños simplemente sucede que "los menores tienen un móvil en el que, aunque no busquen la pornografía, se la encuentran". Una industria boyante, con gran capacidad de infiltración en Internet y claramente adictiva en muchos casos, hace el resto. Guste o no, lo cierto es que la pornografía constituye ya el modo habitual en que muchos adolescentes -y, por lo que indican las cifras, también muchos niños- empiezan a construir su afectividad sexual.

La joven diputada leonesa del PSOE Andrea Fernández reclamaba a principios del mes de junio la regulación legal del acceso de los menores a la pornografía, inspirándose tal vez en el modelo británico, que obliga a filtrar los contenidos en Internet según la edad del usuario. Me imagino que una medida de este tipo resulta más fácil de reglamentar que de hacer efectiva. Pero, más allá de las acusaciones que se han vertido contra la diputada, tildándola de "neomonja" o de represora de las libertades, abrir este debate es necesario. No para prohibir, sino para encauzar. Un niño carece de la madurez necesaria y de los elementos suficientes para distinguir la realidad de la ficción. Y un adolescente, hasta cierto punto, también.

Algunos sexólogos han empezado a defender una pedagogía de la pornografía que plantee su consumo como una asignatura más en los institutos de secundaria. Uno de los programas piloto más conocidos -impulsado por Start Strong- se ofrece como actividad extraescolar en algunos colegios de Boston con el nombre de "Porn Literacy". Son cursos de 10 horas en los que se habla de pornografía y se anima a los alumnos a ser críticos con ella. En una entrevista concedida a The Boston Globe, sus promotores explican que "se trata de un buen método para conversar con los jóvenes sobre el consentimiento, el respeto mutuo, la seguridad en las relaciones y la salud". Sin embargo, no parece muy evidente que, a determinadas edades, la información sea suficiente para promover con eficacia los hábitos saludables.

Nuestra época valora la inmediatez más que cualquier otra cosa. Todo se quiere rápido y al momento. Lógicamente así resulta muy difícil evitar que prevalezcan las decisiones instantáneas en lugar de las más razonables. Este es un problema de fondo que afecta a cuestiones tan cruciales como el autocontrol, la atención o, incluso, lo que ahora se ha venido a denominar resiliencia. En última instancia, supone que las emociones son cada vez menos sofisticadas. La adicción a la pornografía en los jóvenes -así como su temprana iniciación- refleja problemas mucho más profundos de lo que parece a primera vista. Y sus efectos sobre la sociedad no animan precisamente al optimismo.

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