"Juro, y además prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo (…)", decía el fallecido Jesús Gil cuando tomaba posesión como alcalde de la ciudad de Marbella en 1991. Me ha llamado la atención al verlo en la serie documental El pionero -dirigida por Enric Bach para HBO- por lo paradójico de jurar, y además prometer, como pretendiendo hacer más extensivo, más amplio, el acatamiento a la Constitución y al ordenamiento jurídico; algo que, visto en retrospectiva, resulta curioso tratándose de una persona que, en aquel momento, aterrizaba en la política desde motivación de utilizar el ejercicio de lo público en beneficio propio. Alguien que, por otro lado, a lo largo de su vida acabó vulnerando casi todas las normas. De hecho, si tuviéramos que redactar un listado con los nombres de políticos que se han visto envueltos en escándalos de corrupción en este país, Jesús Gil, sin duda, ocuparía un lugar destacado.

Cuenta uno de sus hijos en el documental que su padre decidió entrar en política porque le ponían muchas trabas para obtener licencias urbanísticas para la construcción en Marbella y dijo «pues mira, me hago alcalde y así me las doy yo». No se puede ejemplificar y resumir mejor el leitmotive de este personaje. El control, el negocio, el soborno, la especulación urbanística, el cobro de comisiones ilegales, fueron las notas características de quien gobernó ajeno al respeto de los principios más básicos de la ética política. De hecho, cuando llegó a la alcaldía y descubrió las dificultades administrativas, es decir, la normativa y las reglas de la gestión pública, diseñó -ayudado por su abogado Jesús Sierra- todo un entramado de sociedades empresariales a través de las cuales se llevaría a cabo la gestión municipal; un sistema, según el cual, cada concejalía tenía sus correspondientes sociedades, quedando las decisiones políticas, por tanto, al margen de todo control, incluido el de la oposición; omitiendo, pasando por encima, del proceder administrativo e institucional.

Pero lo más sorprendente es el apoyo social que tenía: si tuviéramos que buscar al primer populista de nuestra democracia, probablemente, ese sería Jesús Gil. En Marbella todo el mundo tenía un trabajo: en los jardines, en la limpieza, en la construcción, en los servicios, a nadie le faltaba un sueldo. El dinero sirve para crear riqueza y él la creaba. Eso decía. Una base electoral armada a partir de un clientelismo fabricado del que, en realidad, se servía para ostentar un poder con el que hacerse más rico él y los suyos.

Pero, sus primeras elecciones, su primera experiencia con un público votante, fueron a la presidencia del Club Atlético de Madrid. En ellas, pudo estrenarse en la práctica de la demagogia, de la falacia. Su rival en aquel proceso, Enrique Sánchez de León, se pregunta en el documental: ¿Cómo puede un delincuente acabar convirtiéndose en el líder carismático de un colectivo?

La respuesta ya nos la dio Max Weber cuando nos habló del líder carismático: «la autoridad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee». Un demagogo.

El periodista José María García explica en relación a aquellas elecciones que, Enrique Sánchez de León, era aburrido, soso y respetaba escrupulosamente la ley, que es como tenía que ser, dice; en resumidas cuentas, Jesús Gil impregnaba un estilo rompedor y novedoso que gustaba más. Aquello, también era populismo.

Si hay algo que podríamos extraer de este relato político es la importancia de fortalecer los lazos de la confianza en nuestras instituciones y representantes públicos. Base, por otro lado, de la legitimidad de la democracia. Es la desafección política, el descrédito y la decepción con el sistema lo que erosiona esos vínculos, generándose espacios a través de los cuales penetra el populismo. Jesús Gil fue un adelantado en esta materia. Tomemos nota frente a la nueva amenaza populista.