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Tierra de nadie

Blanco como la locura

No es lo mismo volver a casa desde Bilbao que desde la Luna. He dicho Bilbao porque acabo de estar allí, pero habría valido lo mismo decir Cuenca o París, incluso Tokio, que es el lugar de la Tierra más marciano que quepa imaginar. Regresar de la Luna, en cambio, es como volver de una idea obsesiva. Le das una vuelta y otra y otra (a la idea obsesiva, digo), aterrizas finalmente en ella a punto ya de que se te agote el combustible y pisas, pongamos que a las cuatro de la madrugada, su superficie polvorienta. Los insomnes saben que las ideas obsesivas, a esas horas, adquieren un tamaño descomunal. Te absorben, pueden contigo. Te cambian. De ahí que, cuando suena el despertador, parece que sales del infierno en vez de entre las sábanas.

A lo mejor nadie, a tu alrededor, se da cuenta del cambio, pero ese que acaba de coger el autobús para dirigirse al trabajo no es el mismo de ayer, pese a llamarse igual. Ya no eres tú, jamás volverás a serlo. Serás otro distinto, aunque viajes con el pasaporte del anterior. Esto te puede pasar a los siete años o a los setenta. Dicen los expertos que el inconsciente no tiene tiempo. Hay gente que se brota de joven y quien se brota de viejo. Hay gente que no se brota nunca como hay gente que jamás pisa la Luna.

La Luna fue siempre, más que una geografía física, un espacio mental. Y de un espacio mental, decíamos, no se regresa como de Valladolid. Por eso todos los que pisaron la Luna volvieron trastornados. Lo cuentan los periódicos y la tele con motivo del aniversario de la llegada (medio siglo ya). Siempre se dice «la llegada», como si volver hubiera sido coser y cantar. Pero los hombres que volvieron de esa idea obsesiva que da vueltas alrededor de la Tierra se entregaron a la bebida o a la mística, indistintamente. Se separaron de sus mujeres, abandonaron el domicilio familiar, se extraviaron. Nunca fueron los mismos, porque no se puede ser el mismo después de haber pisado una obsesión, de haber caminado sobre ella, de haber dejado la huella de tus zapatos sobre su suelo.

Los que afirman que todo fue un montaje, que nunca nadie estuvo allí, lo hacen en defensa propia, para no dejarse contaminar por la alteración que supuso ese viaje alucinógeno al satélite blanco. Blanco como la locura.

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