La savia nueva del PP valenciano, representación del futuro más prometedor (al frente las jóvenes promesas Camps, García Margallo, Agramunt, tal vez Carlos Fabra), se reúne hoy en una cena a escote de treinta euros, megafonía incluida, para reivindicar la grandeza pretérita del partido. No sabemos si habrá videoconferencias sorpresa. Quien no acudirá seguro es Ricardo Costa, colaborador de la Justicia y bestia parda de algunos de los organizadores del evento que pretende reivindicar el orgullo de ser del PP, en oposición absoluta a Isabel Bonig. Es lo de siempre en el sectarismo partidista que nos toca sufrir, que nubla las mentes.

Desde luego la tibieza (de la que colegimos inquietud) mostrada por María José Catalá en sus declaraciones a los medios, indica que hay agua que mueve molino: «no es una cena contra nadie», la increíble frase la repite a modo de muletilla, subrayando que ella no acude al evento de Alboraia. Empero, resulta poco creíble que el resurgir del parque jurásico popular, con el más dañino de los presidentes de la Generalitat, Camps, metido en el ajo, vaya a ser una amigable velada de verano entre viejos conmilitones para dar rienda suelta a la añoranza política. Margallo no da puntada sin hilo, aunque su sólido patrimonio intelectual que él se encarga de exhibir no le ha librado de fracasos en clave interna del PP. El ex ministro de Exteriores es un caudal de intrigas, que se lo pregunten, entre otros, al ex President Alberto Fabra, que lo sufrió hasta el final. Esta semana Margallo ha entregado a Planeta el original de su nuevo libro. Es ya casi tan prolijo como Manuel Fraga. Aunque dicen que Don Manuel era un cerebro menos maquiavélico.

La droga de la política atrapa más que cualquier otra. El grupúsculo que está dispuesto a plantar cara a Isabel Boning entre canapés y vasos de sangría, casi todos sus integrantes en sobrada edad de jubilación, parece vivir en un mundo distinto al real. El PP está pasando por el peor momento desde su fundación, que no ha venido de la noche a la mañana. José María Aznar logró conformar una formidable maquinaria aglutinando a todo el centro-derecha que tras su adiós inició un proceso de desfondamiento, agravado seriamente por los casos de corrupción institucional que de forma muy especial afectaron a la Comunitat Valenciana. Algunos de los responsables por acción u omisión del deterioro del PPCV, sobre todo Camps, se erigen ahora en paladines de la necesaria renovación para que la formación de la gaviota recupere el orgullo perdido. Días pasados, leía atónito el artículo de un ferviente colaborador de Carlos Fabra, empleando los mismos argumentos que los convocantes a la cena de la ciudad de la chufa. Y ya son varios los que me paran para advertirme que existe un movimiento dispuesto a reeditar en Castelló el Cossi, el partido que fundara el tío abuelo de Fabra, trabuco en mano. Así está el patio.

Isabel Bonig tuvo que asumir una herencia envenenada y ha cumplido con tenacidad, afrontando la adversidad que supone navegar a contracorriente y viendo cómo la opinión pública así como muchos de los votantes daban la espalda al PPCV, escandalizados por los casos de corrupción que afloraron como setas en la Comunitat Valenciana bajo la complicidad, cuando no la participación directa o indirecta, de alguno de los que han organizado el acto contra la actual presidenta de los populares valencianos. Asusta que el pasado conservador quiera ahora erigirse en bomba de oxígeno para reflotar el orgullo perdido. Hoy más que nunca Casado debe de estar con Bonig, además de poner orden en la dura travesía del desierto, en la que las momias pretenden arrebatar el papel de los noveles exploradores del PP, que sí llevan el futuro en sus manos.