Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Butaca de patio

Que inventen ellos

El escritor Julio Llamazares suele decir que los dos únicos géneros literarios que hemos inventado los españoles son la picaresca y el esperpento. Buena prueba de ello son algunas piezas maestras de genios de nuestra literatura como Quevedo o Valle-Inclán que crearon en sus obras magníficos personajes de pícaros o de tipos esperpénticos. Pero, al margen de las teorías literarias, resulta evidente que algunos géneros han contado con pocos seguidores sobresalientes en nuestras letras. Uno de ellos sería, sin duda alguna, la literatura de viajes. Las variadas razones de esta laguna cultural habría que buscarlas en el aislamiento histórico de nuestro país, agudizado por largos periodos de dictaduras autárquicas; en un orgullo malentendido al grito de «que inventen ellos»; en un ensimismamiento que perdura tras la pérdida de un Imperio colonial; en unas antaño penosas infraestructuras de transportes; o en el atraso económico de España, hasta hace apenas un par de generaciones, lo que propiciaba que sólo las clases altas pudieran viajar. Sea como fuere, los siglos XIX y XX no alumbraron brillantes cronistas españoles de viajes que emularan los periplos por nuestro país de escritores como George Sand, Hans Christian Andersen o Gerald Brenan, por citar tres ejemplos. Algunas excepciones, más procedentes del periodismo que de la literatura, como Josep Pla o Manuel Chaves Nogales se convirtieron en unas raras avis. Tanto el catalán como el andaluz recorrieron Europa en busca de reportajes con el telón de fondo de apasionantes avatares en países lejanos como la magistral novela El maestro Juan Martínez que estuvo allí, firmada por Chaves Nogales.

La pasión viajera de los escritores españoles no aumentó mucho en las últimas décadas, si bien algunos autores demostraron que la curiosidad enriquecedora, el acercamiento a otras culturas y la brillantez en las narraciones no suponían un patrimonio de ingleses, franceses o alemanes. Ahí están, pues, los casos recientes y todavía actuales de nombres como Javier Reverte, Enric González, Alfonso Armada o el ya mencionado Julio Llamazares que han escrito estupendos libros de viajes. En cualquier caso, no puede afirmarse que la sociedad española se manifieste muy inquieta, una vez que ya ha pasado el boom de los años ochenta y noventa cuando la combinación de las vacas gordas económicas y la ilusión por la recuperada democracia estimularon el ansia viajera de miles de compatriotas. Después llegaron la crisis y los vuelos low cost y los selfies y los apartamentos turísticos por días y, como resultado, multitud de turistas creyeron que las claves para disfrutar de un viaje se descubrían de verdad en la Wikipedia. Así las cosas, en pleno verano, cuando aeropuertos, puertos, estaciones de tren y carreteras están abarrotados de gentes que huyen en busca de nuevos horizontes, los editores de literatura viajera confiesan que el sector vive una profunda crisis porque el viaje se ha convertido, para una mayoría, en una experiencia banal y narcisista, en un pretexto para subir selfies a las redes sociales. ¡Qué lástima! Porque volvemos al que inventen ellos, aquella lapidaria expresión de Miguel de Unamuno, en un país que no se interesa ni por la literatura de viajes ni por los libros de política internacional. Dos termómetros de un aislamiento de fondo que pervive.

Compartir el artículo

stats