La lengua refleja la realidad de la sociedad que la emplea. No es extraño, pues, que sus expresiones plasmen las discriminaciones vinculadas a las desigualdades que han sufrido históricamente las mujeres. Por fortuna en la actualidad existe una mayor conciencia de la necesidad de nombrarlas y darles el reconocimiento que merecen. Por este motivo el sello sexista y androcéntrico de la lengua ha sido desvelado en los últimos años con ánimo de ser corregido. Para ello es necesario incorporar algunos cambios en el lenguaje como instrumento vivo y flexible que es, capaz de estar en perpetuo cambio y a fin de ajustarse a nuestra necesidad de comunicarnos. Este esfuerzo no siempre es bienvenido ni entendido. Al menos es lo que sucede con quienes restan importancia al hecho de que, por lo general, las niñas en la escuela no sean nombradas y queden inmersas en un genérico masculino que las invisibiliza. Sin embargo este tipo de exclusión en el lenguaje, las priva de referentes y modelos con los que identificarse y pueden caer en una subordinación que mine su autoestima.

A tenor de esto es de sobra conocido que el lenguaje contiene numerosas expresiones y estructuras en las que el menosprecio hacia las mujeres es evidente. Es el caso de los duales aparentes donde la palabra tiene distinto significado si está en masculino o femenino, como por ejemplo zorro/zorra . Es el caso también de los vacíos léxicos, es decir, de aquellas palabras que no tienen femenino y designan cualidades positivas (hombría, caballerosidad) y de palabras que, por el contrario, no tienen masculino y designan cualidades negativas (víbora, arpía). En suma, basta consultar en el diccionario definiciones, refranes y frases hechas para detectar cómo los estereotipos sexistas emergen sin dificultad. Algo que sobre todo se observa en la negativa a feminizar los nombres de muchas profesiones o el tratamiento que deben recibir las mujeres. Médica, fotógrafa, jueza o ingeniera se incorporaron al lenguaje tras ejercer las mujeres esas profesiones y difundirse su uso.

Y aquí es donde quiero llegar, a raíz del reciente nombramiento de Patricia Ortega como primera mujer general de las Fuerzas Armadas. Por lo que respecta a las graduaciones oficiales, la Real Academia Española acepta como expresión válida el término masculino capitán y el término femenino capitana, al igual que da su visto bueno a teniente y tenienta considerándolos correctos ambos. Y, por lo mismo, sería gramaticalmente posible emplear el término «generala». Pero, consultado de nuevo el diccionario, no es así y no reconoce el término «generala» como femenino de general. Sin embargo sí se encuentra como acepción de uso coloquial «generala» por «mujer del general» al igual que aparece «capitana» por «mujer del capitán» y «tenienta» por «mujer del teniente». Tales acepciones coloquiales no dejan de ser anacrónicas y tendrían que ser revisadas para formar parte de un diccionario histórico más que normativo. Además, más pronto que tarde, «generala» tendrá que aceptarse como femenino de general ya que es previsible que en el futuro hayan más mujeres que asciendan a este grado.

Estas cuestiones relacionadas con el buen trato en la comunicación interpersonal, no están de más traerlas a colación en el mes de julio, cuando tradicionalmente suelen publicarse las instrucciones de inicio de curso escolar y donde se refleja la obligación de usar un lenguaje para la igualdad en el desempeño docente. En esa línea se aconseja revisar qué tipo de lenguaje se usa en el día a día de la praxis educativa, en los documentos oficiales, en la rotulación de despachos o salas, en las comunicaciones, actas, memorias, proyectos e informes. Así se propone un tipo de lenguaje que se conoce como inclusivo y que se opone al uso androcéntrico y sexista de la lengua. Pero es de dominio público que en este asunto la RAE es muy crítica y discrepa al indicar que la mención explícita de lo femenino, así como el desdoblamiento de un sustantivo en masculino y femenino (niños/niñas o alumnos/alumnas), va contra el principio de economía de la lengua y provoca repeticiones innecesarias y dificultades sintácticas. Su rechazo es total a estas cuestiones motivadas extralingüistícamente y califica al lenguaje inclusivo como una «moda».

A mi entender identificar el lenguaje inclusivo con hablar o escribir desdoblando lo masculino y lo femenino, es un error y una reducción excesiva. La filóloga y lingüista Eulalia Lledó lo explica muy bien en el acopio de libros que lleva publicados hasta la fecha. En ellos señala cómo las estrategias para combatir el uso sexista y androcéntrico del lenguaje son diversas y amplias: utilización de sustantivos genéricos para referirse a ambos sexos, uso de estructuras impersonales, omisión o sustitución del artículo o también el empleo de construcciones metonímicas entre otras más. Son estrategias que quieren evitar el salto semántico que se produce cuando en una primera oración de arranque se utiliza el masculino para englobar a ambos sexos y en adelante se usa en el sentido específico y exclusivo para referirse a los varones. De ahí que se aconseje evitar la palabra «hombre» como universal y cambiarlo por la primera persona o la tercera persona del plural sin mencionar el sujeto. Son indicaciones que surgen al desvelarse que los vocablos masculinos no son universales porque incluyen a las mujeres sino que lo son porque lo masculino se erige en medida y modelo de lo humano. Es en ese sentido en el que el femenino queda oculto y las mujeres son excluidas del lenguaje.

El valor simbólico de la lengua es enorme hasta el punto que aquello que no se nombra no existe. Por tanto no nombrar a una mujer que transgrede la norma, además de invisibilizarla, supone presentarla como una excepción y seguir prestigiando el masculino para determinadas actividades. Todo ello subyace en la pretendida resistencia de la lengua a utilizar el femenino para ciertas profesiones y tratamientos alegando incorrecciones lingüísticas. Hay que tomar conciencia del sino de los tiempos y prestar atención a cómo el lenguaje configura nuestro pensamiento y nuestra ideas. Lo cabal es evitar los rasgos discriminatorios que lo conforman. De ahí la importancia de un lenguaje para la igualdad que se aplique a todas las personas que integran la comunidad escolar. Cambiando la mentalidad se puede llegar a modificar la conducta y la actitud porque, a pesar de lo que habitualmente se cree, las palabras no se las lleva el viento.