En junio de 1999 Ernest Lluch publicó un artículo en La Vanguardia con el título: «Ya no matan, sólo gritan». Había improvisado un discurso en el País Vasco que inició con entusiasmo: !¡Gritad más, que gritáis poco! Gritad, porque mientras gritéis no mataréis y eso es buena señal…» Este episodio fue más contundente que las citas de Kant y Montesquieu, que tenía preparadas. Gritó, vaya si gritó. Tan alto y fuerte que su firmeza le costó la vida. Falta saber qué hubiera sido del relato de la política valenciana si Lluch, -amigo y discrepante de Vicent Ventura y Joan Fuster- colega de Alfons Cucó, hubiera actuado de nexo entre su PSC, PSOE, PSV y otras disidencias, sin regresar a Catalunya.

Aire fresco. En la última campaña electoral, otro catalán vehemente, Josep Borrell, a borde de ser jefe de la diplomacia de la Unión Europea, en su reciente paso por València, dijo: «¡ Gritad, Gritad más para que os oigan y os hagan caso en Madrid». Dos situaciones distintas, separadas por más de veinte años y un asesinato, el de Ernest, agarrado a sus apuntes universitarios en el garaje de la Facultad camino de su casa. Dos estilos bien diferentes en dos animales políticos. Fieles a la escuela de Fabián Estapé, consiguieron mantenerse en la sala de máquinas del Estado, para mandar e influir en el porvenir del Reino de España y en su proyección en las instituciones comunitarias.

Vitalista. Aparece la biografía espléndida de Ernest Lluch i Martin (1937-2000) escrita por Joan Esculies. Cuando leo un libro como éste siempre caigo en la tentación: espero que alguien hable de él y que saque conclusiones en clave valenciana. Lluch aterrizó en la Universitat de València, expulsado de la barcelonesa, por imperativo de la injusticia, al poco tiempo de frecuentar las aulas -primero en la Nau, después en el «Convent» y en Económicas- y de entablar sus primeros contactos con profesores, alumnos y demócratas autóctonos. Primero se sintió a gusto, para más adelante involucrarse con la realidad económica, social y política valenciana.

Ilusiones. La vida de Ernest la divide su biógrafo Esculies, en cuatro geografías: Barcelona, València, Madrid y el Norte. Más un apéndice esclarecedor desde la última geografía: de las ilusiones perdidas. Cuatro territorios reconocibles y una dimensión conceptual que cerró en blanco y negro la brillante trayectoria de un activista. Ineludible para entender la España que vivió y el acontecer en el País Valenciano que interpretó, amó y del que nunca se desligó. A pesar de las notables responsabilidades que desempeñó en política y en la vida universitaria. Cuya vocación de trabajo -23 libros, 25 capítulos y 1800 artículos en revistas especializadas y en prensa- y compromiso le llevó a morir con las botas puestas.

Múltiples frentes. El largo capítulo -160 páginas- dedicado a su paso por València y a la impronta que dejó en el renacimiento democrático, es recomendable. Para quienes quieran entender la Comunitat Valenciana. Que con el armazón de su autonomía, ha llegado a ser un territorio -con cinco millones de habitantes- que no desempeña el papel que merece en el conjunto español. Donde apenas se le conoce y se le respeta, más allá de cuatro tópicos. Conocí a Ernest en la casa que compartía con su esposa, la arabista Dolors Bramón y sus dos hijas en la calle general Prim del barrio de Ruzafa. Pocos saben que formó parte del Consejo Asesor de la obra editorial con mayor tirada vendida -30.000 ejemplares- de la historia del libro valenciano: La Gran Enciclopedia de la Región Valenciana. En doce volúmenes que fueron apareciendo a lo largo de siete años (1971-1978). Obra, todavía sin superar, que después reeditó el diario Levante-EMV, modificada y prolongada. La introducción fue redactada por Vicent Ventura y el lanzamiento se gestionó desde la agencia Publipress que dirigía Ventura, junto al equipo más brillante de la historia de la publicidad valenciana: Alfredo Benavent, Andreu Alfaro, Luís Torres, Francesc Jarque, Josep La Roca, Juan J. Pérez Benlloch. La dirección y supervisión de contenidos fue responsabilidad de Joan Fuster, al frente del consejo asesor integrado por las más relevantes autoridades intelectuales y académicas en cada una de las materias.

Encrucijada. Ernest Lluch con Alfons Cucó, socios en la Vía Valenciana -concepto y título que fue de Cucó-, ambos desaparecidos, constituían las dos promesas de la política valenciana en torno a la fundación, recomposición y futura incardinación con el PSOE. En esa vinculación se dieron todas las modalidades posibles para la formación política que aglutinó al socialismo valenciano -PSPV- con escisiones y coincidencias que iluminaron el panorama de la política valenciana. Una etapa repleta de incidentes -la detención «dels Deu d’Alaquàs»- y esperanzas que posteriormente el posibilismo -descrito por Josep Fontana-- acabó esquilmando hasta la realidad de los gobiernos del Botànic en coalición con Compromís y Podemos: complacencia y pactos de no agresión que previsiblemente costarán caros a alguno de los firmantes.