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¿Cuándo se jodió la socialdemocracia europea?

Conseguir el mayor bienestar humano para todos, en un marco democrático y solidario, ha sido el gran objetivo del pensamiento y de la práctica de la socialdemocracia (S&D). Las nuevas circunstancias no solo las económico-sociales sino las ecológicas, las geopolíticas y las del conocimiento acumulado han cambiado profundamente. La S&D europea está tocada, el hecho que los parlamentarios socialistas españoles sean la columna vertebral del grupo S&D europeo es todo un dato, así como el hecho que dentro de un mes, cuando se reúna el G-7 en Biarritz, ninguno de los cuatro jefes de gobierno que lo conforman (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia) es socialdemócrata.

A pesar de sus actuales horas bajas, históricamente, la S&D ha sabido superar situaciones muy difíciles, como cuando se pretendía atraparla entre el fascismo reaccionario y racista y los revolucionarios violentos que creían que había que «matar hombres para hacer que vivan los sueños». Supo, desde el presente en cada momento, inyectar confianza en el futuro, la socialdemocracia era el futuro, mejor evidentemente que el presente y durante muchos años mantuvo un discurso unificadorcreíble, hacia el futuro (la derecha es conservar el presente), basado en la acertada convicción de que el trabajo y los derechos asociados son el factor de integración social y democrática más formidable para el asentamiento de la paz y la convivencia. Una consideración que, más o menos así, creemos defendió Mitterrand cuando, al final de una prolongada permanencia en la Presidencia republicana francesa, pronunció su discurso de despedida ante la asamblea plenaria de la ONU.

El futuro inmediato en materia de empleo vendrá definido por dos procesos basados en la tecnología y en necesidades nuevas: la lucha contra la crisis climática y la digitalización, dos cuestiones mucho más cercanas entre ellas, de lo que parece, por su dependencia del desarrollo tecnológico, hombro con hombro con la voluntad política.

La crisis de la S&D tiene una serie de concausas que los académicos tienen estudiadas: llevar demasiados años sin criticar las consecuencias del capitalismo moderno; haber cargado con las contradicciones propias de la sociedad de consumo; no haber previsto las disrupciones en el mundo del trabajo, debidas a las transformaciones tecnológicas; agotamiento fiscal para seguir el ritmo de las nuevas demandas sociales, como los diagnósticos y terapias médicas propias de la sociedad del conocimiento que no pueden mantener su carácter público, gratuito y de calidad sin saturar el gasto de los servicios públicos, en sociedades envejecidas; haber vivido la disolución del internacionalismo tanto en el seno de la UE, como en el de la globalización; la difícil conjunción que supone compaginar la lucha de las clases populares tradicionales con las batallas derivadas de los derechos de las minorías; el desclasamiento sucesivo, donde las antiguas alianzas de clases (populares, clases medias e intelectuales) ya no son posibles debido a la fosa que, en cuestiones claves de la vida diaria, sembró la aparición del neoliberalismo; las oligarquías (o sus representantes, bajo la etiqueta de «expertos burócratas» ejecutores técnicos de la ideología del libre mercado) fueron orientando los procesos decisionales habidos en los últimos lustros; etc., etc.

En palabras de Margaret Thatcher para definir el neoliberalismo: «No hay sociedad, solo individuos». Esta visión del hombre ha instalado un nuevo conformismo, en el centro del cual se ubica el mercado, que se supone se encarga de organizar la sociedad. Este pensamiento se ha vuelto tan dominante que, desde la década de 1980, todos los políticos, todos los intelectuales deben elegir entre dos opciones: trabajar dentro del marco de la teoría del mercado o explicar las razones para no hacerlo. Tras la recesión iniciada en el 2008 y la severa crisis de confianza en Europa, sabemos que debilitar la percepción de futuro debilita, a su vez, los ideales de la izquierda.

La vinculación entre S&D y trabajo con derechos se ha ido difuminando, entre otras razones por su incapacidad para contrarrestar el neoliberalismo que, paradójicamente, desde una óptica nacionalista (Steve Bannon, Marine Le Pen, Matteo Salvini y Carles Puigdemont) pretenden representar las reivindicaciones morales e identitarias de las clases populares para forjar alianzas entre obreros, personas religiosas tradicionalistas y los partidarios acérrimos del mercado. Todos ellos impusieron un giro desregulador a la globalización, iniciando la hegemonía de la economía financiera sobre la productiva.

Sin embargo algo está cambiando en las mejores cabezas de las instituciones financieras. Seguir el debate abierto por el equipo de Mark Carney, Gobernador del Banco de Inglaterra (del cual sabremos más si es el nuevo responsable del Fondo Monetario Internacional) sobre cambio climático y futuro del empleo es un ejercicio que da esperanzas intelectuales, incluso en tiempos tan tenebrosos como los del Brexit y la crisis europea.

Aunque suene a indiscreción política, lo que llamamos «Capital» (Finanzas) estratégicamente, puede estar por delante de «Trabajo» y de «Gobierno». A pesar de todas las carencias y equivocaciones, posiblemente la S&D sea la única fuerza ideológica que, por su historia, tenga suficiente autoridad moral para representar a los trabajadores y estar en condiciones de enfrentarse tanto a los representantes del sistema capitalista como a los gobiernos. Autoridad moral y fuerza política, incluso desde la minoría, demostradas por el grupo S&D europeo, que ha conseguido, a cambio de su apoyo a la investidura de Van der Leyden, arrancar un compromiso programático para instaurar un SMI y un seguro de desempleo europeos. Este compromiso político tienen un gran valor para la recuperación de la S&D europea, en primer lugar porque supone reencontrarse con su ADN ideológico, que no es otro que los derechos del trabajo, y en segundo lugar, por habérselo arrancado a una Presidenta perteneciente a la CDU alemana, partido alérgico y hostil, históricamente, a la implantación del SMI en Alemania, que sólo ha sido posible en el marco de la gran coalición y por exigencias del sindicato DGB. Este debería ser el primer paso de otros muchos que definan un discurso sencillo, en clara defensa de los derechos de las personas que trabajan o quieren hacerlo, mayoría social en Europa, en el contexto del cambio climático y la revolución digital. El riesgo que podemos correr es que la S&D se quede a mitad de camino y sean otros, y otras como la Presidenta Van der Leyden, quienes recorran el camino entero. Veremos.

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