El día 25 de julio se celebra en toda España el patrón, San Jaime Apóstol, conocido como Santiago, un personaje representado en la Edad Media montado sobre corcel blanco que con sus leyendas desde Clavijo hasta el más pequeño rincón de la piel de toro se convierte en símbolo de lucha armada frente al enemigo exterior.

Pudo haber otro santo oculto del mismo nombre y con hazañas tan portentosas, pero desde luego no de origen apostólico. En València lo saben. Se trata del rey Jaime I el Conquistador (1208-1276). Su nombre, claro vaticinio del que iba a romper los registros al levantar más de 5.000 templos cristianos en suelo hostil en apenas 30 años, su tamaño corporal, que pasaba varios dedos en la estatura de sus congéneres, a modo de gigante, en quien confluyeron la cruz y la espada. Su nacimiento fue posible por intervención divina; su nombre porque el último cirio de abeja que tardó en apagarse fue el del Apóstol Santiago Matamoros; su portento con apariciones angelicales y revelaciones porque lo relataron varias crónicas coetáneas; sus empeños militares y religiosos los que le llevaron a emprender viaje a Tierra Santa en una cruzada infructuosa o a conquistar el levante peninsular.

A aquel héroe fundacional que fue Jaime I le atribuyen los principales rasgos del nuevo reino foral valenciano. Sin embargo, su proceso de canonización quedó en nada y hoy está enterrado como un soberano formidable, elevado por encima del suelo varios metros en la abadía de Santa María de Poblet, pero pese a ello no se encuentra entre el listado de santos de la Iglesia Católica.

Hoy, aquellos valencianos herederos del reino fundacional sólo le reservan un día al año para rendirle tributo. En la actualidad una nebulosa de devoción se vive entre los valencianos que lo aclaman cada 9 de octubre en los Jardines del Parterre. Poco más, pues sus espuelas, escudo y espada pasan casi desapercibidos como reliquias desperdigadas en la Casa Consistorial de la capital valentina.

Huérfano el valenciano del cuerpo mortal de su héroe fundacional, tiene los objetos personales en un lugar desubicado, en un edificio moderno situado en la Bajada histórica de San Francisco, donde una plaza remodelada por Goerlich poco recuerda a Jaime I. La ciudad le reserva una callejuela a unos metros del Tossal a diferencia de otras ciudades de la Corona de Aragón que le tributan plazas o avenidas.

Una plaza majestuosa y moderna como la del Ayuntamiento de la capital valentina que estuvo rotulada con nombres de anteriores jefes de Estado como el Caudillo Francisco Franco (1939), el Presidente de la República Emilio Castelar (1899) o la misma reina Isabel II (1843), se queda huérfana de su principal valedor y fundador. ¿Merece esto Jaime I y su legado histórico?

Al final acabaremos pensando que si no fueron reconocidos sus méritos por la Iglesia para canonizarle tampoco le han sido por el estamento civil de nuestros gobernantes sus valores políticos y militares. Parece que nuestros gobernantes no están a la altura y predomina el rasgo de los valencianos conocido como meninfotisme. Ver para creer.