La presencia, actualmente entre nosotros, de una extensa muestra de Jorge Ballester y la reciente desaparición de Joan Cardells, me invitan a reflexionar sobre aquel último periodo en el que trabajaron juntos dentro de una asociación plástica y conceptual, a la que, como es bien conocido, llamaron «Equipo Realidad» (1966-1976). Debo confesar, que el título de este artículo lo he tomado de un pequeño libro escrito por Facundo Tomás y por Enrique Tormo, años después, en 1981, que guardo, celosamente, en mi biblioteca, porque la serie de pinturas que en aquella etapa conjuntamente elaboraron, la llamaron de otro modo: «Hazañas bélicas», remedando el nombre de una colección de tebeos muy popular de la época; o, incluso, también como «Cuadros de Historia», en referencia a la pintura que se ocupó de una versión literaria del pasado, en el siglo XIX.

Los jóvenes de los años sesenta vivíamos en España un periodo socialmente muy convulso, pero que, contemplado con la perspectiva histórica, resulta muy interesante, en especial, si somos capaces de poderlo circunscribir al ámbito de las artes plásticas. Durante aquellos años, la dictadura ya se enfrentaba a numerosos movimientos sociales y se había instalado la conciencia de que, de algún modo, iba a terminar. En amplios sectores de la sociedad se había establecido el compromiso, y ante la paradoja de un desarrollismo evidente se imponía la utopía de alcanzar la libertad. Paralelamente, la liberación estética conseguida por la obra no-figurativa, aunque apareciera suficiente desde el punto de vista de la creación personal, no lo era bastante si se pretendía emplear como contribución efectiva hacia un necesario cambio social. En ese marco -tan esquemáticamente resumido- la irrupción del Pop-art anglosajón, como superación del Expresionismo abstracto surgido después de la segunda guerra mundial, vino a los artistas españoles como agua de mayo, porque les permitía el uso de las imágenes aparecidas en la cartelería y en los medios de difusión, como sustrato para componer una sucesión de obras de contenido claramente intencional. De algún modo, era retomar la eficacia social del antiguo fotomontaje de Roaul Hausmann o de Alexander Rodchenko; proceder que, con sus peculiaridades personales, utilizó Josep Renau en su serie: The American Way of Life (1952-1966).

Sin embargo, en este caso, el tratamiento de la imagen previamente impresa abordado por el Equipo Realidad, vino a ser sustancialmente distinto, porque si bien partía, como aquellas, de la reutilización estética de las tomadas de las revistas y de la prensa ilustrada, se trataban desde una nueva percepción: desde una toma de conciencia sobre la banalidad de lo representado: «Lo que nos interesa no es la realidad sino su imagen», a través de su transformación como «obra de arte», desde una concreta convención.

Así pues, aunque también era evidente su relación con el Pop-art anglo-americano, lo que la distanciaba de aquél era, asimismo, la ausencia de neutralidad, recuperando, al menos desde un punto de vista del concepto, el contenido teórico de lo antisistema o de lo revolucionario.

Desde 1960 se habían configurado en España varios colectivos críticos con la dictadura, que genéricamente se denominaron Estampa Popular, y que en València tomaron cuerpo a partir de 1964, auspiciados por Vicente Aguilera Cerni, quien vino a denominar a ese conjunto de posicionamiento crítico como «Crónica de la Realidad».

La asociación de Joan Cardells y de Jorge Ballester, tuvo una producción muy extensa, que en el periodo 1972-73 comenzó a concretarse en series sucesivas: «Hogar dulce hogar»; «Del antiguo y ropajes»; y «Retrato del retrato de un retrato», vinculándose con la Galería Punto. Fue a partir de 1973 cuando desarrollan la serie, a mi juicio, más importante de toda su trayectoria, en la que pintan 56 cuadros de mediano y gran tamaño (hasta 350/175 cm.). En mis largas conversaciones con Joan Cardells en el seno de la Academia, le reiteré el impacto que me produjeron aquellas obras, y que me siguen proyectando cada vez que las contemplo. En su gran mayoría se trata de cuadros monocromos, realizados al óleo sobre lienzo, en los que para conseguir el resultado, utilizaron también el aerógrafo, logrando un cierto desenfoque de la imagen, que la distancia de su propia realidad. Hasta ese punto, parece corresponder a una reinterpretación de las fotografías en blanco y negro recuperadas de las de la Guerra civil española (1936-1939); y, por tanto, podrían considerarse apropiadas y coherentes con sus colecciones precedentes. Sin embargo, yo nunca las he visto así. Para mí, son la percepción más escalofriante de los sucesos que durante aquel periodo se fueron sucediendo, en los que se intuye el drama y el terror, la muerte y el desastre. Es decir, no me evocan «la imagen de la imagen» al uso de las series anteriores, sino la conciencia de la propia tragedia histórica, y siento frío y espanto cuando contemplo la «Vista del Cuartel de la Montaña en julio de 1936» (1973), o la «Vista del Alcázar de Toledo durante el asedio del 36» (1974).

Si es cierto que la obra de arte se emancipa del autor una vez ha sido concluida (hasta el punto, de que no suele ser quién mejor la puede interpretar), esta serie ha sido para mí el paradigma de esa libre justificación.

Como es bien sabido, Jorge Ballester (1941-2014) continuó como diseñador gráfico, autor de retratos y de experiencias postcubistas, en silencio; Joan Cardells (1948-2019) evolucionó como un relevante escultor y dibujante, tras abandonar el Equipo Realidad al terminar su «Guerra Civil», en 1976.