Congenia. No te preocupes de otra cosa. No te importe nada más: ni lo que necesitan tus alumnos, ni lo que necesitan sus padres, ni lo que necesitas tú, ni cuál es la obligación de unos y otros, ni cuál es el objetivo de la tarea, ni en qué circunstancia se realiza, ni lo que pueda estar mal, ni lo que pueda estar bien, y menos aún las medidas que deberían tomarse para mejorar. Tú congenia; congráciate; hazte querer. Aplícate a congeniar lo más posible. Dedícate al colegueo y a la integración de tu persona en el rebaño del claustro. Ve a todo lo que organicen, aunque no te guste. No propongas nada; no discrepes de nada; disuélvete pronto en el grupo. Congenia; concede; adocénate; anúlate. Y no se te ocurra, llevado por alguna euforia pasajera, ser tú mismo. Si haces una tontería como ésa caerás en desgracia, sufrirás el ostracismo, serás declarado miembro non grato de la «comunidad educativa». Porque congeniar es lo que vale; hacer piña es lo que se cotiza en el mercadillo de la enseñanza. Nadie oirá el estrépito en tus clases, nadie dará crédito a las falsas acusaciones de los padres ignorantes, obtendrás corporativismo, formarás parte de la farsa y estarás en el ajo si congenias. En el congeniar está la virtud. Congenia y serás aceptado. Renuncia por completo a tu carácter, a tu individualidad, a tu originalidad. Ponte la máscara que te digan. Tolera las imposiciones y disfrázalas de resoluciones propias. No hagas enfadar a nadie. Haz lo que se te diga. No seas un obstáculo. ¿Para qué luchar si tienes la batalla perdida? ¿Para qué sugerir nada si sabes que ni siquiera será tomado en cuenta? Congenia. No te resistas. Allá donde fueres, haz lo que vieres. Amóldate a las circunstancias. Piensa que la manada, la cuadrilla, el hato acierta siempre; que la mayoría es infalible, mientras que tú, pobre desequilibrado, vicioso de la discrepancia, no das nunca en el clavo. ¿No ves, miserable, que tu perseverancia no tiene fundamento? ¿No te das cuenta, infeliz, de que lo tuyo es pura cabezonería? ¿Qué beneficio aportas —infame, ceporro, contumaz— al colegio enrocándote así? No malgastes energías; no te satures el entendimiento; ingresa de inmediato en la mediocridad; fúndete, sin más, en la masa. Enseguida te verás mejor, te sentirás aceptado, te borrarán de la lista negra de los pelmazos. Ya no serás un lastre; ya no pondrás palos de sentido común en las ruedas de la claudicación docente. Considera que la seriedad ya no se lleva. Ni la nobleza. Ni el honor. Y que a los profesores les han quitado el derecho a ofrecer o a reclamar semejantes anacronismos. Prescinde, pues, de monsergas. No despiertes más iras. No generes más rechazo. Desconfía de ti mismo; y cuando más claramente creas ver una injusticia, cuanto más errónea te parezca una decisión, cuanto más disparatado te resulte algo, muérdete la lengua, da un testarazo en la pared y congenia. Congenia y medrarás. Congenia y serás popular. Congenia y te respetarán. Haz la vista gorda; contemporiza; calla. Tu silencio es decisivo para el éxito del paripé. Tu evanescencia es fundamental para la satisfacción de los alumnos y las familias, que vale tanto como que se vayan engañados pero contentos. ¿Qué más da, en el fondo, si es lo que piden? Todo será más fácil si congenias.