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A propósito de la segunda investidura fallida

Es difícil resistirse a opinar sobre un asunto en el que a los trabajadores y trabajadoras tanto nos va, como también lo es sustraerse de las opiniones vertidas desde distintos frentes sobre el particular; por eso, y aun a riesgo de contribuir al ruido, quiero comenzar refutando que la tardanza en emprender la negociación de esa investidura fallida obedezca a la responsabilidad del todavía Presidente en funciones. Algunos tertulianos han venido a denunciar que han transcurrido tres meses desde las elecciones del 28 de abril, como si durante esos meses no hubiera habido que afrontar las elecciones del 26 de mayo y la conformación de gobiernos locales y autonómicos, todavía alguno de ellos pendiente. Los mismos que hoy critican la tardanza decían entonces que nada se iba a mover hasta ver los resultados del 26-M, cita electoral que llegó a ser calificada de segunda vuelta.

Pues bien, si las elecciones generales podría decirse que han tenido en esta ocasión dos actos, el 28-A y el 26-M, convendría repasar los resultados midiendo la variación del porcentaje de apoyos con las europeas: el PSOE pasa del 28,67% al 32,86%, el PP del 16,99% al 20,15%, Cs del 15,86% al 12,18% y UP del 11,97% al 10,07%.

PSOE y PP suben, Cs y UP bajan, por lo que no parece aventurado suponer que cuantas más veces nos llamen a votar más se recuperará el bipartidismo, aunque es obvio que ni Rivera ni Iglesias lo comparten. En todo caso, ¿qué han votado los españoles o, dicho de otro modo, qué Gobierno quieren? Esta es la pregunta que todos se hacen para responderla arrimando el ascua a su sardina.

Sin embargo, creo que se puede hacer un análisis algo más preciso. Veamos: si sumamos los votos por bloques se observa que una mayoría ha votado por un Gobierno de izquierdas, y si distinguimos en el bloque de la izquierda la abrumadora mayoría opta por un Gobierno de izquierda moderada. Pero los del bloque de la derecha también votan y tienen preferencias, no solo respecto de las opciones dentro de su bloque, también respecto del bloque contrario. En este sentido, se podría decir que los votantes de la extrema derecha no quieren un Gobierno solo del PSOE ni menos aún uno del PSOE con UP; los del PP tampoco parece que se entusiasmen con un Gobierno del PSOE, pero rechazan el de coalición y habrán unos cuantos que anhelen nuevas elecciones para confirmar su recuperación; por último, los de Cs van como pollo sin cabeza, pues se sitúan entre el 5 y el 6 en una escala en la que el 10 es extrema derecha y el 1 extrema izquierda, mientras observan perplejos como su partido se coloca cinturones de castidad frente a los socialistas y se acicala ante los que se acercan peligrosamente al 10.

Definitivamente, me atrevería a decir que nadie del bloque de la derecha quiere un Gobierno en el que UP tenga un papel determinante, aunque serán más los que mejor consideren un Gobierno de coalición cuanto más al centro se sitúen ideológicamente para evitar una nueva convocatoria electoral, por lo que agregando rechazos y apoyos en el conjunto del cuerpo electoral la conclusión que se me antoja es que el Gobierno que los españoles no sé si quieren, pero menos rechazan es un Gobierno del PSOE con una participación de UP; eso sí, conducido y liderado por el PSOE.

Lo que nosotros queremos es, sobre todo, que se pacte un programa de Gobierno en el que las demandas de las organizaciones sindicales se abran paso: reforma laboral, pensiones, empleo, dependencia, educación, sanidad, modelo productivo, ley mordaza y un largo etcétera de cuestiones ligadas a la justicia social, las libertades y la progresividad fiscal, la financiación de los servicios esenciales y de las administraciones encargadas de prestarlos; en definitiva, un programa capaz de generar riqueza y repartirla con justicia.

Para que todo esto sea posible es necesario que Pedro Sánchez sea investido presidente del Gobierno, que su investidura responda más a programas (Anguita dixit) que a cargos y que la suerte nos acompañe. Por último, dejarse aconsejar por Voltaire que para un asunto como el presente nos recordaría que «lo mejor es enemigo de lo bueno».

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