No seré yo el único español que carezca de una noción de lo que ha ocurrido en la investidura fallida. También tengo mi idea. Sin embargo, mi noción parte de una aspiración muy distante de la que han mostrado los grandes diarios españoles, con su esfuerzo por reconstruir los hechos, las conversaciones, los mensajes, los desplantes, las trampas y las humillaciones entre los actores principales. Toda esta trama de sucesos es la letra pequeña de un drama, cuya índole debemos identificar. De hacerlo en una dirección u otra, podremos lograr enseñanzas para nuestro futuro. Como ven, soy un optimista irredento. Aún creo en el futuro. Y creo que de una reflexión sobre la investidura se puede seguir un aprendizaje. Cuál sea el sujeto que pueda interiorizarlo, eso es otra cosa.

Unidas Podemos quizá no lo pueda ser, pero escribo por si todavía lo fuera. La verdad es que la clave de todo lo que ha ocurrido no ha estado en la voluntad del PSOE de dar lo menos posible. Eso se suponía desde siempre. Fue evidente desde el principio que su opción principal era un gobierno a la portuguesa. Así que esa meta debió estar clara en la mente de los negociadores de Unidas Podemos. Todo lo que obtuvieran más allá de esta posición, sería una gran victoria para la formación morada. Desde este punto de vista, creo sinceramente que el PSOE se movió en el curso de la negociación: de un gobierno monocolor con apoyo parlamentario hasta llegar a un gobierno de coalición, hay un gran tramo. El PSOE se movió a esa posición porque Iglesias le ganó la partida a Sánchez, al sacrificar su aspiración de ser vicepresidente. Si ese era de verdad el obstáculo para el gobierno de coalición, la trampa ya tenía que situarse en otro sitio.

Todos aceptaron que ese era el obstáculo fundamental, porque de otro modo no se explicaba que durante dos meses no se hubiera logrado ni comenzar las negociaciones. Por supuesto, el PSOE estaba tranquilo en este escenario. Dejar pasar el tiempo obligaba a cerrar la negociación con prisas, situación que o bien lleva a cometer errores, o bien a cerrar los temas con cesiones perentorias. Mi impresión, sin embargo, es que Sánchez nunca creyó que Iglesias se retiraría. El PSOE tenía al alcance de la mano, y muy bien preparado, el relato de que todo se echaba a rodar, una vez más, por la megalomanía de Iglesias. En estas condiciones, repetir las Elecciones no habría sido una lotería. Todo el mundo habría identificado muy bien al culpable. Unidas Podemos tendría muy difícil volver a la arena electoral con el estigma de haber impedido por dos veces un gobierno de progreso.

Sin embargo, creo que Iglesias midió mal en qué consistía su victoria. Lo que había logrado era un gobierno de coalición, algo que ni por asomo deseaba el PSOE. Lo lógico hubiera sido asumir que esa era su gran victoria histórica. Ábalos tiene razón en su entrevista a este medio del domingo 28, al calificar así el que por primera vez desde 1978 nuestra democracia hubiera tenido en el Gobierno ministros a la izquierda del PSOE. Sin embargo, Iglesias midió mal el terreno y, dejándose llevar, decidió que su sacrificio debería tener un precio muy alto. Su batalla estaba perdida tan pronto como Sánchez mencionara que Iglesias deseaba cambiar su renuncia por competencias en Hacienda. Esto era pedir el precio propio de un Presidente de Gobierno. Creo que a todo el mundo le pareció excesivo. Por pobre que sea el concepto que se tenga de nuestra institucionalidad gubernativa, sabemos que Hacienda es la clave de la gobernación. Entregar ese ministerio a Unidas Podemos era condicionar la totalidad de la acción de gobierno. Creer que la renuncia de Iglesias valía ese ministerio no puede sino juzgarse como consecuencia de una excesiva autovaloración.

Digo esto sine ira et studio. Por lo demás, me limito a comprobar la conciencia de culpa por la forma de llevar la negociación que se hace evidente en todos aquellos dirigentes de Unidas Podemos que desean regresar a la casilla de este error. Sin embargo, la cuestión fue todavía más grave cuando a este exceso, propio de un carácter que ya va camino de forjar un destino, se sumaron algunos errores conceptuales de naturaleza muy básica. Estos errores, elementales, contaminaron todo el esquema de la argumentación del grupo negociador de Unidas Podemos. Son esos errores los que, descubiertos tras una básica reflexión, generan el malestar que justifica la propuesta de Garzón. Esos errores tienen que ver con la ignorancia de lo que es realmente el sistema político español y con lo que es el Gabinete del poder ejecutivo central. Ambos errores denotan una comprensión del poder errónea, aunque electivamente afín con ese carácter que hemos visto antes.

Vayamos al primer error: se trata de creer que el Ejecutivo de un Estado como el nuestro, bastante federalizado, es impotente porque sus competencias son fundamentalmente directivas. Así que Unidas Podemos organizaba un argumento que la ciudadanía no podía entender, cuando rechazaba entrar en ministerios que eran calificados de «adorno». Tener competencias directivas no es ser un adorno. Es algo coherente cuando se contempla la estructura del Estado en su totalidad, y cuando se trata de complementar la gestión de los Gobiernos autonómicos, algunos en manos progresistas. El segundo error lo considero todavía más fundamental: se trata de creer que un Gabinete es un conjunto de ministerios independientes entre sí. Un Gobierno es un órgano colegiado y corresponsable de todas las decisiones que se toman en su seno y, desde luego, responde solidariamente de su gestión. Por tanto, es un órgano en el que se debaten todas las leyes que se llevan al Parlamento y todos los decretos-ley que se llevan al BOE. En las deliberaciones se puede gozar de autoridad y de capacidad para influir en todas las cuestiones que afectan al Gobierno del Estado y a la iniciativa parlamentaria en las Cortes.

Por lo tanto, solo un concepto muy limitado del poder político pueden inducir a rechazar entrar en un Gabinete, aunque sea en el Ministerio más humilde. Allí no se está de adorno jamás, y dependerá del trabajo, del rigor y de la lealtad con que se actúe, que se conquiste mayor o menor influencia. Ahora bien, estos dos errores estaban apoyados en un concepto positivo del poder que se dejaba ver cada vez que alguien del equipo negociador de Unidas Podemos hablaba. En efecto, se decía que con esos ministerios no se podía evitar un desahucio, o bajar la tarifa de la luz, o cosas así. Este concepto de poder puede satisfacer las ansias de quienes desean vivir la euforia del activismo, pero no es del todo real. Puede ser el sueño de un régimen presidencialista, que no es el nuestro, y por eso encuentra resistencias legítimas en un Estado de derecho consolidado, que requiere que antes se cambien las leyes y luego se cambien los juicios y las decisiones ejecutivas. Pero la sensación de tener la realidad en tus manos, con un poder de intervención inmediata, es electivamente afín con la euforia de la transformación continua.

En suma, lo que ha hecho imposible la negociación ha sido una concepción del poder heterogénea. Para un PSOE acostumbrado a la lógica de nuestro Estado, incluir a Podemos en el Gabinete era dar mucho más de lo previsto, sobre todo teniendo en cuenta que, si la situación se pusiera fea en Cataluña, la solidaridad gubernamental podría tambalearse. Para el concepto de poder de Unidas Podemos, lo ofrecido era casi nada porque no tenía efectos personalizados, garantizados, visibles y desde el primer día. Al carecer de una unidad de medida común, el acuerdo ha sido imposible. Sólo si en septiembre se mide de otra manera, se podrá evitar la repetición de unas nuevas Elecciones Generales.